A diferencia de la corriente objetiva, el valor de un bien depende no del trabajo objetivado en él sino de la utilidad que brinda, con lo que el valor de uso cobra preeminencia sobre el valor de cambio; éste último es una expresión cuantitativa del cambio de valores de uso, a través de las respectivas utilidades marginales de los bienes intercambiados. De aquí se deduce que el valor de uso es la utilidad, que es una relación de alguna cualidad de algún bien para satisfacer una necesidad. La medida del valor está dada por la preferencia del consumidor hacia ese bien determinado, mientras que la demanda de un bien en el mercado se convierte en la concreción de las preferencias del consumidor desde el punto de vista de la utilidad marginal que encuentra en el bien en cuestión. Los precios desplazan al valor como categoría de análisis al estudiar las preferencias del consumidor por un bien, preferencias reveladas a través del conteo empírico del método positivista, lo que hace que la utilidad sea ahora considerada como una categoría que no es necesaria al análisis de los fenómenos económicos, cuando se los trata como fuerzas que tienden al equilibrio: la “preferencia revelada”, objetivamente observada en el mercado, ha hecho que el valor y la utilidad, por igual, fueran anuladas del escenario económico neoclásico. El concepto “valor” ha pasado a ser una entidad “metafísica”. Pero hay impulsos académicos que tienden a revivir el debate sobre la teoría del valor. Tomemos como ejemplo, a Denis Robertsosn en sus “Lecciones sobre los principios de la economía” que toma el valor como base del análisis de la demanda. En mi obra La Acción Recíproca en preparación, el debate sobre el valor es uno de los puntos principales de su estructura; lo es, bajo el principio de que los problemas no pueden ser ignorados. Tres cuartas partes del mundo se debaten en la miseria por un sistema capitalista radicalizado que en vez de solucionar los problemas teóricos de la economía, simplemente los ignora. Eso es algo que no puede continuar.