Conclusiones - Hombre y Economía

Es cierto que no hay desarrollo sin crecimiento económico, pero esto no quiere decir que ambos conceptos sean sinónimos, muy bien puede haber en un país un gran crecimiento económico sin que haya en él un verdadero desarrollo. Para el magisterio eclesial el auténtico desarrollo debe ser integral; es decir, promover el mejoramiento y la felicidad del hombre en todas sus dimensiones y alcanzar a todos los hombres de la sociedad.



Es decir que la ciencia que finalmente nos dice lo que es bueno para el hombre como hombre, no es la economía o la sociología, sino la ética. La economía y la sociología nos hablan del conjunto de los sistemas de conveniencias dentro de los cuales se ejercita la acción humana, el conjunto de las presiones a las que está sometida la libertad humana. Sin embargo, ni la economía ni la sociología penetran en el secreto del hombre como sujeto moral. Las distintas ciencias humanas deben ser utilizadas por la DSI con el fin de establecer a través de qué estrategia concreta se puede realizar y defender mejor el valor de la persona humana en una determinada situación histórica y social. Pero estas ciencias sólo se vuelven útiles para la decisión práctica y sólo se ponen al servicio de la persona humana en el momento en que se incluyen dentro de un proyecto moral, de una teoría crítica de la sociedad que se constituye a partir de una antropología adecuada, que se confronta con una situación sociocultural concreta.

Este enfoque reconoce la autonomía de las distintas ciencias humanas en su orden. Cuando la economía reconoce y describe a priori algunas leyes del proceder económico, y formula a partir de las mismas sus teoremas y sus corolarios, goza de una perfecta autonomía metodológica. Sin embargo, un hombre encerrado sólo en la dimensión económica, no sería un hombre verdadero, sería un hombre alienado. El hombre concreto está condicionado por los mecanismos económicos, pero no es determinado por ellos. El hombre escoge de entre los mecanismos económicos, y realiza así su elección moral. Para combatir la alienación, a la DSI le basta recordar que así como existen leyes a priori de la economía, también existen leyes a priori de la ética, de la política, del derecho, etc. La vida concreta del hombre y de la sociedad se sitúa en el cruce de todas estas distintas formas del saber, y es tarea de la política el hacer que se construya un recorrido y una línea de acción capaz de satisfacer al mismo tiempo las leyes de estos distintos ámbitos, ordenándolas entre sí. Para Juan Pablo II “... es menester preguntarse si la triste realidad de hoy no sea, al menos en parte, el resultado de una concepción demasiado limitada, es decir, prevalentemente económica, del desarrollo ...” No se puede absolutizar la economía, poner la producción y el consumo en el centro de la vida social y convertirlos en el único valor de la sociedad. La economía parte del sistema de los instintos y de las necesidades, y depende de la ética, en la misma relación en la que el instinto depende de la razón para el hombre individual. El instinto no es en si malo, y la razón, que desea el bien del hombre, incluye dentro de este bien del hombre también la satisfacción de los instintos. Sin embargo, puede suceder que el instinto, si se deja sólo, se satisfaga a través de modalidades que violan la dignidad del hombre, y por ello el instinto necesita ser regulado por la razón.

La Iglesia no niega la legitimidad del deseo humano de tener los bienes que necesita para su desarrollo, lo que hace es recordar cómo de esta legítima apetencia puede pasarse a la avaricia y a la tentación de acrecentar el propio poder.



Por otro lado, el sistema de planificación de la economía está positivamente excluido por la doctrina político-económica cristiana contenida en RN, QA y explícitamente en MM. Así, el mercado sería el mejor sistema para producir y hacer circular las mercancías, pero las mercancías no lo son todo. El sexo, el amor, la verdad, la justicia, etc., no son mercancías; no se pueden y no se deben vender y comprar; se comunican a través de una lógica del don o regalo que es distinta a la lógica del intercambio de equivalentes que predomina en el mercado. Una sociedad bien ordenada utilizará los mecanismos del mercado para mediar el intercambio de las mercancías, pero delimitará el mercado por medio de sistemas de valores que no son de mercado, valores éticos, jurídicos, culturales y religiosos.

Por último y siguiendo a Juan Pablo II “... la verdadera elevación del hombre, conforme a la vocación natural e histórica de cada uno, no se alcanza explotando solamente la abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de infraestructuras perfectas. Cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comunidad, comenzando por la familia y las sociedades religiosas, todo lo demás —disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria, un cierto nivel de bienestar material— resultará insatisfactorio y, a la larga, despreciable. Lo dice claramente el Señor en el Evangelio, llamando la atención de todos sobre la verdadera jerarquía de valores: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?» (Mt 16, 26) ...”

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