Neuroeconomía

Behavioral Economics

A propósito de irracionalidades:

Behavioral Economics e Hipótesis del Mercado Eficiente



Walter Morales Carrasco, Abril de 2008.

En el último semestre hemos venido observando a los mercados financieros de las principales plazas internacionales con muestras claras de elevada volatilidad y con una pronunciada tendencia hacia la baja; lo cual, como sabemos, ha sido originado por los problemas de las hipotecas Subprime.

Esto se observa en el siguiente gráfico, que refleja el comportamiento de los índices más representativos en Estados Unidos (S&P500-Ixic, Dow Jones-DJI y el electrónico Nasdaq Composite-GSPC), Europa (Eurostoxx-Stoxx5oE) y Japón (Nikkei-N225).

Pero aún esto, los inversores continúan buscando focos dónde localizar sus posiciones para obtener retornos por encima de lo “normal”, si es posible.



Sin embargo, qué postula la principal teoría en el ámbito de la economía financiera y, como veremos más adelante, también el aporte de la psicología conductual al respecto.

Es posible ganarle al mercado?

En la década de los 60 en el siglo pasado, el profesor de Finanzas de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago, Eugene Fama desarrolló su Teoría o Hipótesis del Mercado Eficiente (EMH)1 ; en sus tres diferentes formas(o acepciones) en atención principalmente al grado de desarrollo del mercado financiero estudiado. 



La misma, fundamentalmente postula que el mercado es eficiente en procesar la información disponible, por lo que los precios de las valores la reflejan de la mejor y más racional manera.

Esta afirmación es derivada del comportamiento microeconómico de los agentes en condiciones de competencia perfecta. Como recordaremos, la mayor parte de la sustentación económica clásica y moderna se basa en el hombre económico (“hommo economicus”), o racional que busca maximizar sus ganancias.

Aparte de lo obvias y lógicas que parecen ser éstas afirmaciones, la evidencia empírica ha mostrado, entre otros ejemplos, lo siguiente:

  1. Los principales índices bursátiles de referencia internacional han sobrepasado en rendimiento a la gran mayoría de fondos de inversión. En los ´90s, el índice bursátil S&P500 ha tenido un mejor retorno que el 90% de todos los fondos de inversión en EE.UU y una situación similar comparada en la Bolsa de Madrid2.
  2. En la línea de Fama, Burton Malkiel, profesor de la Universidad de Princeton, en su libro “Un Paseo Aleatorio por Wall Street”, configuró el retar a los mejores profesionales de la bolsa contra una selección de acciones elegidas al azar, a través de dardos lanzados por personas, satirizando que serían monos con los ojos vendados, a efectos de comparar luego su performance. El Wall Street Journal, tomó el desafío y luego de 15 años y revisiones efectuadas por Malkiel, se evidenció que las diferencias en rentabilidad neta eran prácticamente imperceptibles.

Por lo tanto, no sería posible ganarle al mercado. Al menos, no en forma sistemática o en el largo plazo.

Es así?

Sin perjuicio de lo anterior, existen pruebas respecto de la evidencia de los llamados “súper inversores”, los cuales parecen conseguir mejores retornos que el mercado en algunos momentos, como el caso de Value Investor Survey empresa de inversiones que, entre el periodo 1965 y 1983, llegó a obtener en su cartera con mejor prospecto un performance de rendimiento de 1,295%, en tanto que la peor, un nada despreciable 35%3.

En forma similar, Warren Buffet, CEO de Berkshire Hathaway, el hombre más rico del mundo según la revista Fortune(por encima de Bill Gates de Microsoft) a quien William Sharpe4, califica estadísticamente como “un evento de cinco desviaciones estándar sobre la media”5, sigue sorprendiendo a los expertos.

En el siguiente gráfico, es posible apreciar el, por demás sobresaliente, desempeño de su negocio, comparado con el índice S&P500:

Otro caso llamativo, fue el de Long Term Capital Management (LTCM) hedge fund que llegó a obtener retornos superiores al 30%, y contaba entre sus asesores a dos premios Nóbel en Economía, expertos financieros e incluso PhD´s de escuelas renombradas como Harvard, Chicago y MIT. Sin embargo, no llegó a los cinco años de vida, pues tuvo que ser intervenido por la Reserva Federal norteamericana, debido a sus pérdidas a finales de los 90´s.

Por lo tanto, sería de esperar que existan una serie de estratagemas para “batir al mercado” por ciertos periodos de tiempo.

Qué sucede?

Por un lado parece ser que los mercados son demasiados racionales o demasiado emocionales, o una mezcla de ambas cosas en distintos momentos.

En los últimos años han existido nuevos desarrollos que cuestionan la Teoría del Mercado Eficiente, y por ende, gran parte de la sustentación teórica respecto de la racionalidad en la toma de decisiones de los individuos. Sin embargo, sí se aproximaría a la Teoría Keynesiana6 y del Ciclo Económico.

En éste sentido, se ha generado una disciplina, relativamente nueva, denominada Behavioral Economics7 y más específicamente aplicada a los mercados financieros Behavioral Finance, originada en las ciencias del comportamiento de los individuos.

Incluso, entre sus principales exponentes se encuentran los recientes premios Nóbel en Economía 2002, Vernon Smith y Daniel Kahneman, éste último que no tiene formación económica sino más bien psicológica, lo cual ratifica la relevancia y cambio de enfoque en nuestra rama.

Fundamentalmente ésta disciplina surge como justificación y explicación al comportamiento irracional que no encuentra sustento en la teoría convencional. En éste sentido, se apoya en la psicología, e incluso va más allá y se amalgama con bases neurológicas para abrir paso a la Neuroeconomía.

Un claro ejemplo de su sustentación empírica es la proposición en cuanto a que un individuo prefiere no perder $100 antes que ganar otros $100, lo cual demuestra una clara asimetría en cuanto a la valoración de los resultados implicados en una decisión económica - financiera.

Una situación más práctica y cercana se puede observar al comparar el comportamiento8 de las principales tasas de interés referenciales9 en el mercado monetario norteamericano e internacional y su relación con los sucesos ocurridos recientemente en los mercados financieros.

Generalmente, las tasas de la Fed serían un canal fluctuante (DR Top - FF Bottom), dentro del cual, valga la redundancia, también fluctúan las Libor.

Por un lado, en la comparación realizada, es posible apreciar alta correlación de tasas, donde éstas no llegan a ser estables y cambian entre mayor ruido10 se produzca en los mercados.

Sin embargo, se observa que existen distorsiones de las Libor(periodo Sept07 a Mar08). Esto se daría notoriamente en los cambios de tendencia o probables crisis. Esto se ratifica ante mayores simulaciones o actualizaciones de datos testeados.

En los quiebres de tendencia, por parte de las Libor existen rezagos y anticipaciones a las tasas Fed, lo cual permitiría arbitrar y conseguir ganancias o también generar pérdidas.

Esto mostraría la existencia de sensibilidades que pueden derivar en fallos de los mercados, lo cual sería indicativo de que tienen, tanto la capacidad de anticiparse a las decisiones de política monetaria, como también de equivocarse o no procesar adecuadamente la información(muchas veces descuentan y otras sobreestiman en la tasa los hechos).

Por lo tanto, resultan ser indudables e indiscutibles la anomalías presentadas en los mercados financieros; ante lo cual sólo es posible ratificar la EMH con ciertas excepciones en el corto plazo y con mayor certeza en el largo plazo11.

Las implicaciones de éstas nuevas revelaciones que se vienen ratificando en el último tiempo tienen tremendas consecuencias para la Teoría Económica, no sólo en la búsqueda de explicar los fenómenos que toda ciencia social persigue, sino fundamentalmente para abordar soluciones a los problemas que nos aquejan.

Walter Morales Carrasco, Abril de 2008.

1 Por sus siglas en inglés.

2 Rubio (2005).

3 Idid.

4 Premio Nobel 1990, por sus aportaciones en la Teoría del CAPM, Modelo de Valoración de Activos de Capital.

5 Lo que significa que, mas o menos, existiría una probabilidad entre 3.5 millones de que aleatoriamente hubiera logrado los retornos que ha conseguido.

6 Recordemos que J. M. Keynes menciona, en su Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero (1936), los “espíritus animales” que mueven el comportamiento inversor.

7 Cuya traducción al español podría ser Economía Conductual o Psicoeconomía.

8 Periodo comprendido entre inicios de Enero 2006 y datos recientes de marzo 2008.

9 Las Tasas de la Reserva Federal de los EE.UU. son base fundamental en los centros financieros, situación muy similar con las tasas libor usualmente utilizadas para diversos productos (préstamos, notas estructuradas y otros derivados)

10 Igualmente válido para la Teoría del Caos y su relación con comportamientos irracionales en los mercados (Espinoza, 2005).

11 Reconocido por el propio Fama (1999), complementando o aclarando su teoría años después.

Neuroeconomía

NEUROECONOMÍA

HACIA UNA RELATIVIZACIÓN DEL CONCEPTO DE MAXI/MINIMIZACIÓN DENTRO DE LA CIENCIA ECONÓMICA (versión actualizada)

Modernos hallazgos que vienen de las neurociencias describen una racionalidad humana mucho más compleja y lejana de la que hoy tomamos como base para modelizar la toma de decisiones en economía. ¿Cambio de paradigma en nuestra ciencia?



Autor: Sebastián Laza (economista)

Fecha: febrero de 2008

1. Introducción

Fueron los neoclásicos los que formalizaron, matemática mediante, los modelos económicos (de equilibrio parcial y de equilibrio general) que han perdurado hasta la actualidad. Aportes desde Jevons, Walras, Marshall y Pareto, entre otros, consolidaron -durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX- la base de la ciencia económica que hoy se estudia en las universidades, que supone en los seres humanos una racionalidad maximizadora de beneficios / minimizadora de costos bastante extrema, siempre en lo que respecta a nuestra tarea de tomar decisiones económicas en función del dilema recursos escasos versus necesidades infinitas. Los neoclásicos tomaron esta hipótesis sobre la racionalidad humana por una razón que nadie generalmente refuta: en teoría, los hombres, animales pensantes por excelencia en este mundo, al enfrentarnos al mencionado dilema (necesidades infinitas / recursos escasos) no nos queda otra que tratar de maximizar siempre la utilidad / beneficio que podemos sacar de nuestros escasos recursos (nuestros salarios especialmente), buscando de esta forma obtener en toda situación -de índole económica- el máximo beneficio con el mínimo costo. Este es, palabras más, palabras menos, el fundamento que los neoclásicos tuvieron en cuenta para edificar “científicamente” a la economía, es decir para darle formato científico / matemático a ideas pre-existentes, como por ejemplo las que venían postulando Adam Smith y David Ricardo -entre los principales de la llamada Escuela Clásica en economía-, ideas que habían tomado auge principalmente con la 1ra Revolución Industrial (siglo XVIII), cuando se empezaron a formar los estados naciones y las economías de mercado que aún hoy perduran.



Contextualizando entonces el aporte de los neoclásicos, fácilmente advertimos lo enorme y valioso de su labor: formalizaron matemáticamente todo el pensamiento económico de mercado que había hasta esa época, formalización que permitió que la economía fuera vista como ciencia seria (y gozara de respeto académico) a la luz del riguroso paradigma positivista, verificacionista e hipotético-deducitivista que reinaba para todo el mundo científico. Corría entonces la segunda mitad del siglo XIX y los Jevons, Walras y compañía, con la revolución industrial delante de sus ojos y un paradigma científico lógico-positivista que atravesaba todas las ciencias, hicieron que la economía se consolidara como campo autónomo en una época donde todo lo que no era verificable empíricamente no tenía mucho rigor científico. En aquella época, el mencionado paradigma epistemológico vigente exigía a una ciencia social como la economía, para considerarla como “ciencia seria”, lo siguiente:

  • utilizar el método hipotético-deductivo: la estructura lógica de la explicación científica debía ser la siguiente: en primer lugar, la formulación de una ley universal y de unas condiciones iniciales relevantes, que constituían la premisa o explanans. El punto de partida de esta ley universal no es la inducción sino ciertas conjeturas (como por ejemplo que el ser humano es eminentemente optimizador). A continuación se deducía el explanandum mediante la lógica deductiva. La ley universal podía consistir en una proposición semejante a la siguiente: “Cuando A sucede, B sucede”. A su vez, podía ser determinista o estadística, caso en el cual la ley universal se matizaría en la forma siguiente: “Cuando A sucede, B sucede con probabilidad P”.

  • utilizar el principio de la verificación: para entenderlo es necesario realizar una clasificación de los juicios en analíticos o sintéticos. Los juicios analíticos son aquellos que encierran una verdad en la definición de sus propios términos (“Un triángulo tiene tres lados”) mientras que los juicios sintéticos aportan una verdad gracias a la experiencia práctica (“Los cisnes son blancos”). Ahora bien, los juicios sintéticos, según el positivismo lógico, tenían significado si y sólo si eran susceptibles de verificación empírica, y este principio fue empleado para eliminar de las ciencias aquellas afirmaciones que pudieran ser calificadas de metafísicas, como por ejemplo “Los cuadros de Velásquez son bellos”.

Las proposiciones metafísicas, por consiguiente, quedaban fuera del dominio de la ciencia. Se trataba, en suma, de una corriente cientificista, ya que en último término se concebía la ciencia experimental como el único modo de acceso válido a la realidad. Por lo tanto, y volviendo a la economía, las herramientas matemáticas (derivadas, integrales, ecuaciones diferenciales y en diferencia, etc.) fueron sumamente útiles para formular las hipótesis y de ahí aplicar las deducciones (método hipotético-deductivo), que si bien forzaron “un poco” la verdadera psicología humana –no existían los desarrollos en neurociencias que hay ahora, hay que reconocerlo-, le dieron rigurosidad científica y poder predictivo a nuestra naciente ciencia. En resumen, estos primeros científicos de la economía (los clásicos y especialmente los neoclásicos) hicieron un aporte espléndido para su época, construyendo con rigor científico una de las ciencias más influyentes de los tiempos modernos: la economía, o la ciencia de nosotros los economistas, clase influyente si las hay -intelectualmente hablando- en nuestros días.

Y el éxito de esta creación científica fue notable, hasta tal punto que al día de hoy las bases del pensamiento neoclásico no han sufrido grandes embates; por ejemplo en microeconomía, Chamberlin y Nash con sus aportes en competencia imperfecta, si bien muy importantes por sus hallazgos, partieron de los supuestos maxi/minimizadores neoclásicos. Ni hablar en macroeconomía, donde por ejemplo la Escuela de los Nuevos Clásicos, también con aportes teóricos interesantes, parte íntegramente de los supuestos de la microeconomía neoclásica. Es más, todo el auge de la teoría de las Fallas de Mercado, que ha revolucionado el campo de la política económica por ejemplo, está íntegramente basada en la racionalidad neoclásica. Quizás Keynes y sus seguidores sean una de las pocas escuelas que empezaron a cuestionar la racionalidad neoclásica, en especial con sus aportes sobre el comportamiento de la función de inversión en épocas de crisis, la trampa de la liquidez, y otros tópicos relacionados. Recordemos que Keynes escribió en la época de la Gran Depresión de la década de 1930 (su famosa Teoría General es de 1936), donde casi se derrumba el capitalismo, dando muestras que algo fallaba en el sistema, y obviamente también en la teoría económica.



Keynes y sus seguidores pusieron énfasis en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis de inversión y consumo, aún ante condiciones que deberían permitir a “hombres racionales” volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis. Sus postulados entonces se hicieron famosos durante la crisis mundial del ’30, como ya dijimos, cuando el Estado tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada (consumo e inversión privada) con iniciativa pública (gasto público) para que el mundo volviera al crecimiento, postulados que también se han corroborado como bastante acertados en innumerables situaciones en décadas posteriores, donde ciertas economías nacionales cayeron en situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, etc.).

En una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores en cuanto a sus decisiones de índole económica, por distintas y discutibles razones, pero no siempre maximizadores. Lamentablemente, Keynes (y otros posteriores que criticaron la racionalidad neoclásica como Hutchinson y el premio nobel Simon, entre otros muy pocos) escribió en una época donde las neurociencias no mostraban los avances que hoy muestran, que incluso ya han permitido el surgimiento de lo que algunos teóricos llaman neuroeconomía, rama de la ciencia económica que trata de buscar explicaciones a la toma de decisiones en función del estudio del funcionamiento del cerebro humano, que tiene un alto componente emocional además de su conocido componente racional-optimizador.

Y si bien es irrefutable que la escasez de recursos obliga a los seres humanos a tender hacia la maximización de beneficios y/o minimización de costos, y siempre va a ser así -salvo que el hombre cambiara y se volviera una persona que se conformara con poco, o que estuviera dispuesto a compartir todo con su prójimo, lo que nos acercaría al hombre pronosticado por Marx (y por los socialistas utópicos) en su pronosticado “fin de la historia”-, la neuroeconomía de a poco está mostrando que el ser humano es maximizador sólo “a grandes rasgos”, o en forma limitada al decir de Simon; es decir los es sólo en términos relativos, no absolutos. Es decir hoy está cada vez más claro, a partir de la ayuda de las neurociencias, que el ser humano no siempre maximiza beneficios y / o minimiza costos en sus decisiones económicas, y por lo tanto el basamento fundamental con el que se construyen todos los modelos económicos estaría empezando a relativizarse. Es más, modernas investigaciones en neuromarketing por ejemplo, ilustran casos donde las personas se comportan en forma contraria a lo que pronostica la teoría de la demanda neoclásica.

Y si bien la aplicación de la neurociencias a la economía pareciera que aún “está en pañales”, en el marketing ha avanzado un poco más, de hecho estos avances en neuromarketing son un buen indicio de lo que puede llegar a venirse en neuroeconomía. Un buen ejemplo lo da un pensador influyente en el tema neuromarketing, el argentino Nestor Braidot, cuyas recomendaciones para empresarios, basadas en los modernos estudios científicos que vienen de las neurociencias, son útiles para mostrar el posible cambio de paradigma que se viene dentro del pensamiento económico dominante. Dice Braidot: “las neurociencias han demostrado que la decisión que impulsa una compra no es un proceso racional, sino que en la mayoría de los casos es relativamente automática y deriva de fuerzas metaconscientes”, o sea nos está diciendo que la gente incorpora muchas más cuestiones a la decisión de compra que el simple análisis costo-beneficio que usamos en micro y ahora también en macroeconomía (por esto de los fundamentos micro), cuestiones irracionales que obviamente el hombre no calcula pero que también deberíamos incluir en los modelos teóricos, para que predigan mejor. Es decir, a la vista de los postulados de Braidot para el marketing, se podría deducir que, en economía, por lo menos las funciones de demanda micro y de consumo de los modelos macro, derivadas estas últimas bajo los supuestos micro, estarían fuertemente sesgadas en su poder predictivo. Casi nada!!

2. Sobre cómo decide el ser humano real, no el de la teoría económica

Recientes investigaciones en el campo de las neurociencias nos indican que, al contrario de lo que la mayoría de las personas cree, la carga emocional que subyace a nuestro proceso de toma de decisiones es muy alta; de hecho hoy, ningún campo científico puede analizar seriamente la toma de decisiones humana si no considera la interacción de ambos sistemas en nuestra manera de actuar: el deliberativo y por sobre todas las cosas el emocional.

Para decirlo más fácil, nuestras decisiones económicas parece no estarían basadas en los fríos cálculos costo-beneficio optimizadores que la teoría económica sugiere, sino mas bien en una mezcla importante de tensiones emocionales y deliberativas, que se retroalimentan mutuamente, y que necesitan encontrar un equilibrio conjunto (o una optimización conjunta), pero con las restricciones emocionales actuando primero y condicionando fuertemente todo el proceso decisional, lo que ha llevado a algunos estudiosos del tema a decir que el ser humano no sería racional sino “irracionalmente racional”, o en palabras de Simon, de “racionalidad limitada”.

Y para decirlo en términos de neurociencias, la parte más racional de nuestro cerebro (la de los cálculos costo-beneficio) es la más nueva evolutivamente hablando, la corteza (cortex o cerebro pensante), es decir nuestra “parte consciente”;pero la misma no actúa sola al decidir, como sugieren los modelos optimizadores en economía, sino que está fuertemente influida y condicionada por las “áreas inconscientes” de nuestro cerebro (sistema límbico), que cumplen, entre otras tareas, varias funciones relacionadas con lo “emocional”. Entre dichas áreas límbicas encontramos la amígdala, la ínsula, el tálamo, el hipotálamo, el hipocampo, entre otras. A continuación, analizamos brevemente tanto el área pensante (cortex) como otras más emocionales.

  1. Corteza Órbito-frontal: es la parte más “racional” del cerebro, se encuentra apenas encima de los ojos, y se muestra en la figura de abajo en rosado. La misma, al ser eminentemente racional y calculadora, es una importante región para el planeamiento y el control de los impulsos.



  1. Cíngulo: en amarillo en la figura, es un área usada para "control cognitivo" o para "funciones ejecutivas". Por ejemplo cuando tratamos de inhibir una respuesta natural, el cíngulo está activo.
  2. Corteza Somato-sensorial: mostrada en verde, mantiene un mapa sensorial del cuerpo en su totalidad y se ocupa de la integración sensorial-motora.
  3. Amígdala: integrante del sistema límbico, en anaranjado, es una de las áreas emocionales más importantes del cerebro, en lo que hace a los miedos y temores. Por ejemplo cuando escuchamos en la calle un sonido del tipo de un “fuerte disparo”, la amígdala inmediatamente irrumpe en acción, enviando información neurotransmitida hacia otras áreas cerebrales como el tálamo, el estriato (un área importante en la predicción de recompensas) y la corteza frontal. Esta área es una especie de “perro guardián” que reacciona muy, muy rápido ante cualquier peligro, pero es demasiado “tonta” como para distinguir qué grado de peligro realmente hay (esta es la tarea de la corteza, la parte más racional dijimos). Entonces, cuando alguien escucha un sonido parecido a un “fuerte disparo”, manifiesta una reacción física instantánea, gracias a la activación de amígdala, pero un par de segundos después la corteza empieza a averiguar si el sonido es realmente un disparo de arma de fuego o algo parecido más inofensivo, como por ejemplo el ruido de un auto en malas condiciones de andar.
  4. Ínsula: en morado, se encuentra entre los lóbulos frontal y temporal del cerebro. Se ha demostrado que ciertas zonas de la ínsula juegan un importante papel en la experiencia del dolor y la experiencia de un gran número de emociones básicas, incluyendo odio, miedo, disgusto, felicidad y tristeza.

Otras áreas límbicas, no incluidas en nuestros gráficos, son:

  1. Tálamo: especie de retransmisor que dirige la información que se recibe hacia las zonas del cerebro correspondientes para ser procesadas.
  2. Hipotálamo: compleja estructura cerebral compuesta por muchos núcleos con varias funciones, como ser la regulación de los órganos internos, el monitoreo de la información, la regulación del sueño y del apetito, etc.
  3. Hipocampo: cumple una función muy importante en la memoria a largo plazo, así como en el aprendizaje y la emoción.

3. ¿Qué implican estos nuevos descubrimientos en neurociencias?

En el campo de la economía, realmente mucho. El saber tradicional en nuestra ciencia se podría resumir en la siguiente frase, que el notable teórico Jevons escribió alguna vez (siglo XIX), con cierta resignación:

“I hesitate to say that men will ever have the means of measuring directly the feelings of the human heart.”

Es decir, de esta frase se desprende que Jevons y muchos de los demás neoclásicos de los que hablamos al principio, tomaron la premisa hiper-racional, ultra-optimizadora y utilitarista de la conducta humana no sólo por la comodidad científica de poder matematizarla con facilidad (gracias al análisis matemático), sino también por la imposibilidad científica de medir lo emocional en el ser humano.

Pero por suerte, hoy podemos decir que Jevons se equivocó y las modernas neurociencias (principios del siglo XXI) sí pueden medir lo emocional al momento de tomar decisiones -a través de las técnicas de neuroimaging, entre otras-, descubriendo entre otras cosas, lo siguiente1:

  1. “Los últimos avances de las neurociencias han demostrado que la toma de decisiones de consumo no es un proceso racional. Es decir, los clientes no examinan conscientemente los atributos de un producto o servicio para adquirirlo”.
  2. “En la mayoría de los casos, el proceso de selección es relativamente automático y deriva de hábitos y otras fuerzas metaconscientes, entre las cuales gravitan la propia historia, la personalidad, las características neurofisiológicas y el contexto físico y social que nos rodea”.
  3. “Según los científicos, las zonas del cerebro de la racionalidad no pueden funcionar aisladas de las zonas de regulación biológica-emocional. Los dos sistemas se comunican y afectan la conducta en forma conjunta, y consecuentemente, el comportamiento de las personas”.
  4. “Más aún, el sistema emocional (la zona más antigua del cerebro) es la primera fuerza que actúa sobre los procesos mentales, por lo tanto determina el rumbo de las decisiones”.
  5. La fragancia de un perfume, por ejemplo, puede evocar distintas sensaciones. Si el cliente la asocia con experiencias dolorosas o con una persona con la que no simpatiza, es muy probable que no lo compre, aún cuando la relación precio-calidad-marca sea razonable”.

O sea, como vemos, la influencia de la emocionalidad en nuestra toma de decisiones económicas es tan grande que hace que las mismas se alejen bastante del costo-beneficio tipo calculadora humana, y que sólo puedan ser consideradas “óptimas” en forma limitada (muy limitada en mi opinión) como dice el premio nóbel Simon; algo así como “intentos” por maximizar y optimizar, pero incluyendo lo emocional en dicho cálculo, si se le puede llamar cálculo. Por ejemplo, el caso anterior del perfume, sería el de una decisión óptima a lo Simon, no a lo Pareto, ya que la persona no maximiza su utilidad sujeta sólo a su ingreso escaso y sus gustos (mirando objetivamente la calidad del producto), sino también sujeta a una variable emocional (los recuerdos que el producto le trae), y alcanza un equilibrio quizás no óptimo en la visión tradicional, pero que a ella sí la deja en equilibrio, balanceando tanto sus restricciones deliberativas (o racionales) como también las emocionales (o irracionales).

Veamos ahora una modelización neuroeconómica de la toma de decisiones, que nos sugiere como maximizar lo racional y lo emocional a la vez, para entender la conducta real de los agentes económicos, no la de la teoría. Por ejemplo, Loewestein y O’Donoghue (el primero de ellos uno de los neuroeconomistas con más predicamento en la actualidad) en un trabajo reciente2, plantean en su modelo matemático tanto el sistema deliberativo como el emocional, ya que ambos subyacen a la conducta económica decisional, y suponen que el ser humano enfrenta una función a minimizar, que es el costo de su comportamiento. Una parte del costo es la diferencia entre lo que el sistema deliberativo desea y lo que obtiene en última instancia (en su lucha con el sistema emocional) y la otra parte del costo es el esfuerzo que debe hacer el sistema deliberativo para torcer el impulso de actuar de determinada manera (que viene del sistema emocional).

(1) [U(xD, c(s), a(s)) - U(xA, c(s), a(s))]  +  h(W,σ)[M(aA, a(s) - M (x, a(s))]



donde U es una función de utilidad, x el curso de acción elegido, de un conjunto X, los supraíndices D y A indican las conductas óptimas para los sistemas deliberativo y afectivo respectivamente, s  es un vector de estímulos, y a(s) y c(s) son los vectores de estados de los sistemas afectivo y deliberativo respectivamente relacionados con esos estímulos, h es el esfuerzo necesario para corregir el deseo que proviene del sistema afectivo, función del poder de la voluntad, W y de elementos que la debilitan, σ, y M son los cursos de acción del sistema afectivo.

Este modelo nos dice que el sistema deliberativo está sujeto a dos fuerzas: una proveniente del propio sistema deliberativo y otra del sistema afectivo. Si el primero primara totalmente sobre el segundo, la conducta seguida sería xD, y si primara solamente el afectivo la conducta sería xA. Sin embargo, lo que ocurre generalmente (pero no siempre) es que se llega a un punto intermedio entre ambas posiciones extremas. Y luego de aplicar este modelo a tres problemas diferentes: la preferencia intertemporal, el comportamiento ante el riesgo y el altruismo, llegan a la conclusión de que el sistema afectivo comparte la regulación de la conducta con el sistema deliberativo, y que las conductas totalmente racionales, derivadas del sistema deliberativo no siempre son las que encontramos en la realidad, como en el ejemplo del perfume.

Y esta es la dirección que creemos debería tomar la modelización en economía, la de considerar la maximización de ambos sistemas, no sólo del deliberativo (la parte racional, la única capaz de calcular costo-beneficio). Quizás en algunos años veamos muchos más modelos de este tipo, seguramente más refinados, tanto a nivel micro como en aquellos que fundamentan a la macro.

4. Una posible cambio de paradigma si los hallazgos de las neurociencias se aplicaran a la teoría económica

Las enseñanzas que las neurociencias están dando al marketing (neuromarketing) podrían ser aprovechadas por los economistas teóricos para fundamentar mejor las funciones de demanda micro y de consumo macro, incorporando en los desarrollos tradicionales variables al estilo del modelo de Loewestein y O’Donoghue visto recién, que permitan modelizar seres más humanos que los ultra-maximizadores usualmente supuestos por la teoría.

Y así como en sus épocas, la Escuela Neoclásica entendió que había que “parar con la mera especulación sin fundamentos científicos”, posibilitando el auge de la economía como ciencia, ahora quizás sea hora que la Escuela de la Neuroeconomía, si así se la puede llamar, diga “paremos un poco con tanta maximización y ultra-racionalidad y pongámonos a modelizar también la irracionalidad / emocionalidad del ser humano, que las neurociencias están mostrando que es muy importante para explicar la conducta humana”. Probablemente, la ya complicada tarea de científico de la economía (por la matemática compleja que hoy se usa) se va a complicar aún más, pero en otro sentido y con un debate que se va a enriquecer y lo que es mejor, las políticas económicas, basadas en dichos modelos, quizás sean más acertadas. Y hasta quizás se daría en la ciencia económica un cambio de paradigma, pasando del hoy vigente (neoclásico) a uno probablemente llamado neuroeconómico, aunque ésto ya es más difícil.

1- Extraído de: Braidot, Nestor, artículo en Revista “Entorno Económico”, Mendoza, Argentina, febrero 2006

2- Loewenstein, G. y O’Donoghue, T. (2004). “Animal Spirits: Affective and Deliberative Influences on Economic Behavior”. Working Paper.

Neuroeconomía y algunos consejos para inversores

Un consejo que los inversores escuchan frecuentemente es que no deben guiarse por sus emociones. Lo nuevo son las explicaciones de porqué debemos seguir este consejo. Las recientes investigaciones realizadas en el área de la neuroeconomía brindan explicaciones de lo que ocurre en la mente de las personas que se enfrentan a situaciones similares a las enfrentadas por los inversores. Estas investigaciones pretenden abrir la “caja negra” de los economistas, lo que siempre fue puesto como supuesto de partida dentro de los modelos. Al mismo tiempo, las conclusiones son de mucha utilidad para los inversores, ya que ayudarán a conocerse a sí mismos y poder tomar mejores decisiones.


Los investigadores en el área de la neuroeconomía realizan experimentos en los cuales se somete a personas a juegos en donde deben tomar decisiones similares a las decisiones económicas del mundo real. Durante el transcurso de los experimentos, se analizan diversas características físicas de los participantes, como la frecuencia cardíaca, la respiración y la actividad de las diferentes partes del cerebro.

Cerebro reflexivo, cerebro intuitivo y cerebro primitivo.

Con estos conceptos de clasifican las partes del cerebro, que funcionan como órganos separados, con estructura celular y funciones diferentes, y aunque están comunicadas entre sí, cada una tiene funciones específicas. El cerebro es un órgano que viene evolucionando desde hace millones de años, manteniendo estructuras creadas en las primeras etapas evolutivas junto con las partes externas, que se desarrollaron en las últimas etapas de la evolución. Evidentemente, cada una de las partes se “especializa” en cuestiones diferentes. El cerebro reflexivo (neocortex) es la parte “pensante”. Trata los temas racionales y comparte sus deducciones con los otros dos cerebros. El cerebro intuitivo es el que se encarga de los sentimientos. El cerebro primitivo es el que decide. Toma en cuenta los aportes de los otros dos cerebros y controla el proceso de decisión.


A veces, impulsos cerebrales lleva a realizar acciones que tienen mucho sentido desde el punto de vista emocional. Encajarían perfectamente con las estructuras cerebrales mas primitivas, y que se relacionan con la supervivencia y la seguridad. Para contrarrestar estos impulsos, el cerebro tiene su parte lógica o analítica, desarrollada durante las últimas etapas de evolución. Cada ves que se toman desiciones económicas, se experimentas diversas sensaciones

Circuito anticipatorio – Adicción a las predicciones

Un estudio realizado desde la década del 60 consiste en enviar cartas verdes o rojas y compensar a los participantes si adivinan cuál va a ser la siguiente carta. La ocurrencia de las verdes es del 80%, pero su distribución es aleatoria. Los individuos intentan encontrar patrones para predecir cuándo vendrá la siguiente carta roja. Ratas y palomas obtenían alimento cuando realizaban una elección correcta, de este modo, aprendieron a elegir el color verde casi todas las veces obteniendo mejores resultados que los humanos, que intentaban encontrar formas de predecir cuándo vendría la siguiente carta roja.


Este fenómeno es denominado por los investigadores como “adicción a las predicciones”, y puede jugar especialmente en contra de los inversores, dado que nos induce fuertemente a buscar patrones dentro de datos aleatorios, creer en estos patrones y aplicarlos en la toma de decisiones de inversión. Asimismo, es también muy fácil encontrar patrones que en el pasado hayan servido para explicar series de datos.

Amigdala o la emoción de invertir

La amígdala es una pequeña parte del cerebro, que está fuertemente asociada a las emociones.

Cambios bruscos contra cambios lentos

Aparentemente, cuando nos enfrentamos a un riesgo potencial, la amígdala es responsable de actuar como un sistema de alarma, mandando señales desde el cerebro intuitivo al cerebro reflexivo. La amígdala reacciona fuertemente ante la percepción de grandes cambios que pueden afectar la situación personal. Así, un brusco cambio del mercado genera mas molestias que una caída lenta, aunque esta última sea mayor que la primera.

Elecciones que activan emociones

Elecciones equivalentes desde el punto de vista matemático, pero presentadas de forma diferente, de modo que una puede inducir mas emociones que otra, pueden tener resultados diferentes. Por ejemplo, De Martino, Kumaran, Seymour y Dolan (2006) pusieron a 20 personas en dos situaciones de juego formalmente equivalentes, pero descritas de modo distinto. En la primera condición se daba el mensaje de haber recibido 50 libras, y luego se hacía elegir entre una opción segura (mantener 20), o participar en un juego de azar donde existía un 60% de probabilidad de perderlo todo, y un 40% de probabilidad de quedarse con las 50 libras (por lo tanto el valor esperado del juego también era 20 libras). La segunda condición era igual, con la única diferencia de que la opción segura ahora se presentaba como perder 30 libras (equivalente a mantener 20 en la primer opción).

Caso 1: 1-mantener 20 de 50 2-jugar.

Opción 2: 1-perder 30 de 50 2-jugar

Lo interesante es que en la condición 1, un 57% de las personas prefirió la opción segura, y un 43% ir al juego, mientras que en la condición 2 la relación se invirtió, con sólo 38% que prefirió la opción segura, y un 62% que prefirió el juego.

Monto contra probabilidad

Un efecto similar ocurre cuando se somete a los jugadores a situaciones similares desde el punto de vista matemático, pero no desde el punto de vista emocional. Brian Kuntson descubrió que mientras el cerebro reflexivo responde fuertemente al monto del premio, la respuesta es mucho menor con respecto a la probabilidad de recibir ese premio.

La “imagen mental” de una gran premio genera un impulso de anticipación en la parte de las emociones del cerebro. Luego, y en forma mas débil, el cerebro analítico intenta realizar una evaluación mas racional de las posibilidades.

Grupos e individuos

Se realizó un teste para que personas evalúen si ciertas figuras tridimensionales presentadas de forma diferente eran las mismas. Aislados , el porcentaje de respuestas correctas fue de 84%, mientras que cuando se dejó que las personas interactúen en grupos, las respuestas correctas fueron del 59%. Según escaneos del cerebro, cuando las personas interactúan en forma grupal, la activación del cortex frontal disminuía, indicando que la interacción social disminuye la actividad del cerebro analítico.

También se descubrió que cuando el individuo disentía del consenso grupal, la actividad de la amígdala aumentaba. Esto es denominado como “la carga emocional asociada al sostenimiento de una creencia individual”. Es aislamiento social activa ciertas áreas que también son activadas por el sufrimiento psicológico.

Llevado al mundo de las inversiones, cuando individuos forman parte de un grupo de inversores mayor, puede hacerlos sentir mas seguros que cuando operan individualmente, aunque las decisiones grupales sean peores que las tomadas en forma individual.

Autor: Federico Anzil

Diciembre de 2007

Bibligrafía

Neuroeconomía: el cerebro y sus decisiones de cada día

René San Martín

http://www.capire.info/2007/11/01/neuroeconomia-el-cerebro-y-sus-decisiones-de-cada-dia/

NEUROECONOMÍA: HACIA UNA RELATIVIZACIÓN DEL CONCEPTO DE MAXI/MINIMIZACIÓN DENTRO DE LA CIENCIA ECONÓMICA

Modernos hallazgos que vienen de las neurociencias describen una racionalidad humana mucho más compleja y lejana de la que hoy tomamos como base para modelizar la toma de decisiones en economía. ¿Cambio de paradigma en nuestra ciencia?


1. Introducción

Fueron los neoclásicos los que formalizaron, matemática mediante, los modelos económicos (de equilibrio parcial y de equilibrio general) que han perdurado hasta la actualidad. Aportes desde Jevons, Marshall, Pareto y Walras, entre otros, consolidaron durante el siglo XIX la base de la ciencia económica que hoy se estudia en las universidades, que supone en los seres humanos una racionalidad maximizadora de beneficios / minimizadora de costos bastante extrema, siempre en lo que respecta a nuestra tarea de tomar decisiones económicas en función del dilema recursos escasos versus necesidades infinitas. Los neoclásicos propusieron esta racionalidad humana por una razón que nadie generalmente refuta: los hombres, animales pensantes por excelencia en este mundo, al enfrentarnos al mencionado dilema (necesidades infinitas / recursos escasos) no nos queda otra que tratar de maximizar siempre la utilidad / beneficio que podemos sacar de nuestros escasos recursos (nuestros salarios especialmente), buscando de esta forma obtener en toda situación -de índole económica- el máximo beneficio con el mínimo costo. Este es, palabras más, palabras menos, el fundamento que los neoclásicos tuvieron en cuenta para edificar “científicamente” a la economía, es decir para darle formato científico / matemático a ideas ya existentes, que venían postulando por ejemplo Adam Smith y David Ricardo -entre los principales de la llamada Escuela Clásica en economía-, ideas que tomaron auge principalmente con la 1ra Revolución Industrial (siglo XVIII), cuando se empezaron a formar los estados naciones y las economías de mercado que aún hoy perduran.

Contextualizando entonces el aporte de los neoclásicos, fácilmente advertimos lo enorme y valioso de su labor: formalizaron matemáticamente todo el pensamiento económico de mercado que había hasta esa época, formalización que permitió que la economía fuera vista como ciencia (y gozara de respeto académico) a la luz del riguroso paradigma positivista que reinaba en todo el mundo científico. Corría entonces el siglo XIX y los Marshall, Jevons, Pareto y compañía, con la primera y segunda revolución industrial delante de sus ojos y un paradigma científico racionalista-positivista que atravesaba todas las ciencias, hicieron que la economía creciera como ciencia en una época donde todo lo que no era matematizable no tenía mucho rigor científico. En aquella época, el positivismo exigía a las ciencias que fueran capaces de fundamentar la mayor cantidad de hechos posibles bajo cadenas lógicas de causa / efecto, y con postulados susceptibles de ser testeados –en lo posible vía métodos cuantitativos-, de lo contrario no se consideraba a una ciencia del todo seria. Por lo tanto, las herramientas matemáticas (derivadas, integrales, ecuaciones diferenciales y en diferencia, etc.) fueron sumamente útiles para basamentar una ciencia social como la economía, ya que si bien forzó “un poco” la racionalidad humana –no existían los desarrollos en neurociencias que hay ahora, hay que reconocerlo-, le dio rigurosidad científica y poder predictivo a nuestra naciente ciencia. En resumen, estos primeros científicos de la economía (los clásicos y especialmente los neoclásicos) hicieron un aporte espléndido para su época, construyeron con rigor científico una de las ciencias más influyentes de los tiempos modernos: la economía, la ciencia de nosotros los economistas, clase poderosa si las hay -intelectualmente hablando- en nuestros días.


Y el éxito de esta creación científica fue notable, hasta tal punto que al día de hoy las bases del pensamiento neoclásico no han sufrido grandes embates, por ejemplo en microeconomía, Chamberlin y Nash con sus aportes en competencia imperfecta, si bien muy importantes por sus hallazgos, partieron de los supuestos maxi/minimizadores neoclásicos. Ni hablar en macroeconomía, donde por ejemplo la Escuela de los Nuevos Clásicos, también con aportes teóricos interesantes, parte íntegramente de los supuestos neoclásicos. Es más, todo el auge de la teoría de las Fallas de Mercado, que ha revolucionado el campo de la política económica por ejemplo, está íntegramente basada en la racionalidad neoclásica. Quizás tan sólo Keynes y sus seguidores sean una de las pocas escuelas que empezaron a cuestionar la racionalidad neoclásica, en especial con sus aportes sobre el comportamiento de la función de inversión en épocas de crisis, la trampa de la liquidez, y otros tópicos relacionados. Recordemos que Keynes escribió en la época de la Gran Depresión de la década de 1930, donde casi se derrumba el capitalismo, dando muestras que algo fallaba en el sistema, y obviamente también en la teoría.

Keynes y sus seguidores pusieron énfasis en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis de inversión y consumo, aún ante condiciones que deberían permitir a “hombres racionales” volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis. Sus postulados entonces se hicieron famosos durante la crisis mundial del ’30, como ya dijimos, cuando el Estado tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada (consumo e inversión privada) con iniciativa pública (gasto público) para que el mundo volviera al crecimiento, postulados que también se ha corroborado como bastante acertados en innumerables situaciones en décadas posteriores, donde ciertas economías nacionales cayeron en situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, etc.).

En una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores en cuanto a sus decisiones de índole económica, por distintas y discutibles razones, pero no siempre maximizadores. Lamentablemente, Keynes escribió en una época donde las neurociencias no mostraban los avances que hoy muestran, que incluso ya han permitido el surgimiento de lo que algunos teóricos llaman neuroeconomía, rama de la ciencia económica que trata de buscar explicaciones a la toma de decisiones en función del estudio del funcionamiento del cerebro humano, que tiene un alto componente emocional además de su conocido componente racional.


Y si bien es irrefutable que la escasez de recursos obliga a los seres humanos a tender hacia la maximización de beneficios y/o minimización de costos, y siempre va a ser así -salvo que el hombre cambiara y se volviera una persona que se conformara con poco, o que estuviera dispuesto a compartir todo con su prójimo, lo que nos acercaría al hombre pronosticado por Marx (y por los socialistas utópicos) en su mentado “fin de la historia”-, la neuroeconomía de a poco está mostrando que el ser humano es maximizador sólo “a grandes rasgos”, es decir los es sólo en términos relativos, no absolutos. Es decir hoy está cada vez más claro, a partir de la ayuda de las neurociencias, que el ser humano no siempre maximiza beneficios y / o minimiza costos en sus decisiones económicas, y por lo tanto el basamento fundamental con el que se construyen todos los modelos económicos estaría empezando a relativizarse, irónicamente conectando a la economía con la llamada posmodernidad, paradigma del comportamiento humano que ha atravesado ciencias sociales como la sociología, la educación y la psicología, pero hasta ahora nunca la economía. Es más, modernas investigaciones en neuromarketing por ejemplo, ilustran casos donde las personas se comportan en forma contraria a lo que pronosticaría una función de consumo de la teoría económica tradicional.

Y si bien la aplicación de la neurociencias a la economía pareciera que aún está en pañales, en el marketing ha avanzado un poco más, de hecho estos avances en neuromarketing son un buen indicio de lo que puede llegar a venirse en neuroeconomía. Un buen ejemplo lo da un pensador influyente en el tema neuromarketing, el argentino Nestor Braidot, cuyas recomendaciones para empresarios, basadas en los modernos estudios científicos que vienen de las neurociencias, son útiles para mostrar el posible cambio de paradigma que se viene dentro del pensamiento económico dominante. Dice Braidot: “las neurociencias han demostrado que la decisión que impulsa una compra no es un proceso racional, sino que en la mayoría de los casos es relativamente automática y deriva de fuerzas metaconscientes”, o sea nos está diciendo que la gente incorpora muchas más cosas a la decisión de compra que el simple análisis costo-beneficio que usamos en micro y ahora también en macroeconomía (por eso de los fundamentos micro), cuestiones irracionales que obviamente el hombre no calcula y, más que obviamente, no se pueden matematizar. Es decir, a la vista de los postulados de Braidot para el marketing, se puede deducir que, en economía, por lo menos la función de consumo de los modelos macro, derivada con los supuestos micro de la maximización, estarían fuertemente sesgadas, invalidando probablemente todo el modelo macroeconómico. Casi nada!!

2. Sobre cómo piensa el ser humano real, no el de la teoría económica

La noción actual sobre los fundamentos de la conducta humana es mucho más apasionante y compleja que la que se tenía hasta antes de los recientes avances en neurociencias, y ni que hablar de la excesivamente racional que sirve de base para modelizar en economía. Al contrario de lo habitualmente sostenido, recientes hallazgos ilustran que los seres humanos tienen tres muy importantes centros neuronales (tres cerebros) que participan en la toma de decisiones, dos de ellos eminentemente emocionales –en los intestinos y en el corazón- y el otro -el de la cabeza- sólo parcialmente racional, ya que también tiene una porción altamente emocional.

La noción tradicional sobre la influencia del cerebro de la cabeza en el comportamiento humano puede resumirse así: todas las experiencias que se viven directamente, como interactuar con alguien, enfrentar una dificultad, un problema o una oportunidad, o más concretamente en economía, observar un producto con intención de compra, son percibidas mediante los 5 sentidos primarios y entran en el sistema nervioso. De acuerdo con este viejo modelo, que los hallazgos en neurociencias ya han derrumbado, todas las experiencias van directamente al cerebro, el individuo piensa en ellas y responde con alguna conducta. Todo sucede en la cabeza. Hasta acá la versión tradicional, la que indirectamente siempre ha usado de base la teoría económica para modelizar.

Pero como enseñan los modernos avances en neurociencias, la realidad es otra. De hecho, cuando dedicamos demasiada actividad cerebral a pensar y recordar, no queda suficiente energía en el cerebro para sentir y experimentar en toda su magnitud lo que es novedoso en ese momento. Como resultado, el desempeño que podría ser ingenioso y práctico se vuelve desatinado e ineficaz.

El campo de las neurociencias es hoy en día muy dinámico, de hecho “todos los días” pareciera que se está aprendiendo algo más sobre los misterios de la inteligencia humana; según estudios recientes, la inteligencia y por lo tanto el sustento de todas nuestras decisiones y elecciones se distribuye en todo el organismo. Desde hace poco se sabe que cada experiencia que tenemos no va directamente al cerebro para que pensemos en ella (antigua creencia), sino que se dirige primero a las redes neurológicas del tracto intestinal (entrañas) y del corazón. Es decir, pareciera que lo último que hacemos es pensar con el cerebro “maximizador”, el único que utilizamos los economistas para armar nuestros modelos micro y macro.

? El cerebro de los intestinos

Cada punto de contacto con la vida produce una sensación que se puede experimentar como mariposas en el estómago, un nudo de tensión en los intestinos o una emoción. La sensación está ahí, haciendo muchas preguntas, no importa que uno las advierta o no. Y nuestros intestinos (o entrañas) no sólo hacen preguntas, también las responden y sus respuestas afectan nuestras acciones. Conocido como sistema nervioso entérico, este cerebro nº 2 –que se encuentra dentro de nuestros intestinos- es independiente del que se aloja en el cráneo –cerebro nº 1-, pero se conecta con él. Los científicos que estudian los neuroquímicos y los complejos sistemas de las células nerviosas del tracto intestinal afirman que hay más neuronas en este tracto que en toda la espina dorsal, es decir alrededor de 100 millones. Ese intrincado circuito le permite actuar con autonomía, aprender, recordar e influir en nuestras percepciones y comportamientos.

Independientemente de que los seres humanos reconozcamos o no las reacciones provenientes de nuestros intestinos, ellos moldean todo lo que nosotros hacemos, todo el tiempo. Y ahora me surge a mí una pregunta como economista, ¿será frío y maximizador este cerebro, como el de la cabeza, o será más emocional? Parece que más emocional. Entonces me surge otra pregunta: ¿en qué porcentaje influye el cerebro intestinal en la decisión final que uno toma, por ejemplo sobre consumir dicho producto o su sucedáneo más caro, ampliar mi empresa o no, trabajar aquí o allá, etc.? Es decir ¿qué pesará más, lo emocional o lo racional? No sabemos bien la respuesta, pero lo que sí es seguro es que el problema decisional se pone bastante más complejo de modelizar.

? El cerebro del corazón

Después que el sistema nervioso entérico digiere cada experiencia, el corazón la examina. En la década de los ’90, los científicos del nuevo campo de la neurocardiología descubrieron que el verdadero cerebro –cerebro nº 3 para este texto- está en el corazón y que actúa independientemente del de la cabeza. Constituido por más de 40.000 células nerviosas llamadas barorreceptores, junto con una compleja red de neurotransmisores, proteínas y células de soporte, este cerebro es del tamaño de varias áreas clave del cerebro de la cabeza. Cuenta con habilidades computacionales poderosas y altamente sofisticadas. Al igual que el cerebro de los intestinos, éste utiliza su circuito neural para actuar con independencia, aprender, recordar y responder ante la vida.

En el feto, el corazón se desarrolla antes que el sistema nervioso y el cerebro pensante. La energía eléctrica de cada latido del corazón, junto con la información que contiene, es transmitida a cada célula del organismo. El corazón es un músculo cargado de energía, y cada latido desencadena la actividad de miles de millones de células con un ritmo perfectamente sincronizado. Estudios recientes sobre la generación de las emociones y los mecanismos que intervienen en el aprendizaje han revelado que la coherencia rítmica del cerebro del corazón puede modificar dramáticamente la eficacia del cerebro pensante.

Cada latido del corazón hace que el organismo se comunique instantáneamente como un todo, pues se trata de una onda que viaja por las arterias muchísimo más rápido que la sangre por el torrente sanguíneo. Esto crea otro tipo de comunicación interior, ya que estos patrones de onda varían con cada patrón intrincado y rítmico del corazón. Cada una de las millones de células de nuestro organismo siente esta onda de presión y se ve afectada por ella de varias maneras.

Si no sentimos nuestros valores y nuestras metas, no podemos vivirlos. El papel decisivo para impulsarnos a sobresalir no lo desempeña la cabeza, sino el corazón.

Desde el punto de vista de la creatividad y la iniciativa (muy relacionadas con la función de inversión en la economía), el corazón no sólo está abierto a nuevas posibilidades, sino que las explora y se esfuerza sin cesar por comprender intuitivamente qué es lo más importante para la vida y el trabajo del individuo. El cerebro del corazón busca instantáneamente nuevas oportunidades para crecer o aprender, establece una lectura de lo que los demás sienten, evalúa la congruencia de esos sentimientos y revisa la coherencia interna de sus valores y pasiones. Así el corazón parece funcionar como un sistema sensorial trascendental, o como un radar que revela oportunidades importantes o novedosas. A esta altura, como economista, me surge otra nueva pregunta: si la neurocardiología está demostrando que esta “comprensión intuitiva” que hace el cerebro del corazón es una de las fases más determinantes para la toma de decisiones humanas ¿cómo hacemos para incluirla en los modelos económicos, si es algo que parece tener bastantes componentes irracionales, al igual que el cerebro de los intestinos?

Además de lo ya mencionado, podemos agregar que el campo electromagnético del corazón es el más poderoso del organismo. De hecho, es aproximadamente 5.000 veces más poderoso que el del cerebro de la cabeza. Los cambios eléctricos en los sentimientos transmitidos por el corazón humano se pueden percibir y medir a más de medio metro de distancia.

Así como nuestros intestinos (cerebro 2) procesan mucho más que alimentos, el corazón (cerebro 3) hace que circule mucho más que sangre. Cada latido se comunica con todo el organismo mediante un lenguaje inteligente que afecta profundamente nuestra percepción del mundo y nuestras reacciones.

? El cerebro de la cabeza

La próxima estación de los impulsos nerviosos (recordemos que primero pasan por los intestinos y el corazón) es un área ubicada en la base del cerebro llamada médula. Allí se desarrollan varios procesos fundamentales. Dentro de la médula existe un vínculo vital con el sistema activador reticular (SAR). Este sistema se conecta con nervios importantes de la columna vertebral y el cerebro. Clasifica los 100 millones de impulsos que le llegan al cerebro cada segundo, y desvía los impulsos triviales para que únicamente los que son vitales alerten a la mente. Tras dejar el SAR, en fracciones de segundo la comunicación neural viaja al sistema límbico, donde percibimos el mundo y moldeamos nuestras respuestas. El sistema límbico es el centro de las emociones del cerebro. Existe evidencia de que este sistema funciona 80 mil veces más rápido que la corteza cerebral del cerebro pensante. Es decir, las neurociencias hoy nos están diciendo que en la zona del cerebro nº 1 -de la cabeza- también tenemos un centro donde pesa más lo emocional que lo racional, es decir el sistema límbico.

Finalmente, y en lo que es la última parada de su viaje, la cascada neural de impresiones originadas en nuestras experiencias llega al área pensante del cerebro, conocida como corteza cerebral. Decimos “finalmente” porque ya vimos que, antes de llegar a esta área, las entrañas o intestinos, el corazón y la región emocional del cerebro experimentan e interpretan todas nuestras vivencias. En otras palabras, y contrario a lo que se suele creer, parece que lo último que hacemos es pensar, es decir, lo último que aplicamos es el frío cálculo costo / beneficio para tomar nuestras decisiones. Para el homos economicus, esto es, nosotros los seres humanos tratando de satisfacer nuestras necesidades económicas, esto implicaría que antes de aplicar nuestros agudos análisis maxi/minimizadores para darle el toque final a una decisión (la compra del producto X), ya hemos venido formando nuestra respuesta desde los intestinos, el corazón y el sistema límbico -todas zonas eminentemente emocionales-. Es decir, gran parte de dicho proceso decisorio, el eminentemente emocional, no es tenido en cuenta por la teoría económica neoclásica.

Es más, siguiendo con el análisis del cerebro de la cabeza, cada uno de nosotros sabe que cuando dependemos demasiado del cerebro de la cabeza se nos empiezan a presentar problemas innecesarios. Una de las razones es que cuando la mente funciona sin estar equilibrada con las entrañas y el corazón, el intelecto actúa fundamentalmente por conveniencia. El intelecto tiene la capacidad de conjurar todo tipo de ideologías, filosofías, teorías, principios y creencias, pero aunque éstos sean elocuentes y bien intencionados, no significan mucho por sí solos. Debemos sentir (parte emocional) lo que es importante para nosotros a fin de vivir y de tomar cada una de nuestras decisiones, de las cuales más del 90% son decisiones económicas.

Es por eso que la frecuente exhortación a mantener a raya nuestras emociones termina generalmente haciéndonos tomar decisiones inadecuadas. Desde luego que debemos pensar con la mayor claridad posible, pero tomar decisiones o resolver problemas basándonos únicamente en el pensamiento, es decir, sin la participación activa de los cerebros de las entrañas y el corazón, no es suficiente. El tema es que la teoría económica supone por conveniencia metodológica –el uso de las matemáticas- un ser humano íntegramente sostenido por la parte pensante del cerebro de la cabeza, olvidándose de toda la carga emocional en que se fundan nuestras decisiones. Y lo que es más, cambiar esta forma de modelizar la economía sería un verdadero cambio de paradigma, sería superar el paradigma neoclásico por otro quizás llamado neuroeconómico, o conductual. Ahora bien, la tarea no va a ser fácil, ya que modelizar quizás se complejice mucho más.

3. Pero cómo hacemos para modelizar en economía el alto componente emocional de la conducta humana

Tamaño problema para nosotros los economistas estoy planteando. Al cerebro maximizador, el de la cabeza, y más precisamente el de la corteza cerebral –ya vimos que el sistema límbico es esencialmente emocional-, es fácil modelizarlo. A partir del análisis matemático, utilizamos por ejemplo los procesos de cálculo de derivadas para maximizar funciones (consumo, inversión, etc.) sujetas a restricciones, generalmente marcadas por los recursos escasos con los que indudablemente contamos para satisfacer nuestras necesidades económicas (los limitados ingresos salariales, las rígidas dotaciones de bienes de capital disponibles en el corto plazo por las empresas, etc.). Pero si ahora las neurociencias nos dicen -en forma elocuente y experimentalmente demostradas- que las decisiones de inversión, consumo, ahorro, etc. no sólo se toman a partir de lo que dice la corteza cerebral (el intelecto, lo racional), sino que se vienen masticando dichas decisiones desde otras estaciones cerebrales no racionales, o sea eminentemente emocionales -y para nada maxi/minimizadoras-, cómo hacemos los economistas para modelizarlas. Y lo que es más, si por ejemplo la respuesta fuera que metodológicamente los hallazgos de las neurociencias no se pueden modelizar con cierto rigor científico en economía, no sería quizás más prudente empezar por relativizar las predicciones de los modelos que sustentan nuestra actual ciencia económica, basamento de la política económica gubernamental en todos sus niveles. Que quede claro que no estoy proponiendo dejar de lado los postulados neoclásicos de la economía -el paradigma vigente-, pero al menos sí convencernos de forma muy nítida que las inferencias y pronósticos que se pueden hacer a partir de ellos son muy relativos, tan sólo orientadores a grandes rasgos de la evolución económica futura.

Afortunadamente, y si bien no es la finalidad de este trabajo ilustrarlos, los economistas que se están dedicando a la neuroeconomía efectivamente están logrando hacer desarrollos para mejorar la teoría neoclásica. Pero en consonancia con el párrafo anterior, y al menos hasta que la obra de los neuroeconomistas esté concluida, podríamos empezar los docentes / académicos que enseñamos los modelos neoclásicos por “dejar de mirar para otro lado” y -al menos verbalmente- relativizar ante nuestros alumnos las conclusiones de dichos modelos, y lo que es más importante aún, las conclusiones que de ellos emanan.

A continuación ilustramos algunos postulados del neuromarketing, para darnos cuenta de cuán sesgadas están las funciones de consumo de los modelos macro hoy vigentes, modelos que se utilizan para predecir la evolución de las economías nacionales y planificar políticas económicas, o sea casi nada. Siguiendo escritos del mencionado especialista Nestor Braidot, tenemos que:

? “Los últimos avances en neurociencias han demostrado que la toma de decisiones de consumo no es un proceso racional. Es decir, los clientes no examinan conscientemente los atributos de un producto o servicio para adquirirlo”.

? “En la mayoría de los casos, el proceso de selección es relativamente automático y deriva de hábitos y otras fuerzas metaconcientes, entre los cuales gravitan la propia historia, la personalidad, las características neurofisiológicas y el contexto físico y social que nos rodea”.

? “Según los científicos, las zonas del cerebro de la racionalidad no pueden funcionar aisladas de las zonas de regulación biológica-emocional. Los dos sistemas se comunican y afectan la conducta en forma conjunta, y consecuentemente, el comportamiento de las personas”.

? “La fragancia de un perfume, por ejemplo, puede evocar distintas sensaciones. Si el cliente asocia dicha fragancia con experiencias dolorosas o con una persona con la que no simpatiza, es muy probable que no lo compre, aún cuando la relación precio-calidad-marca sea razonable”.

? “Estas y otras asociaciones, al igual que la mayor parte de los procesos mentales, se verifican en el plano metaconsciente y nos obligan a encontrar nuevas herramientas que nos permitan acceder a ese conjunto desordenado de emociones, recuerdos, pensamientos y percepciones que determinan las decisiones de compra y consumo, y que la mayoría de las veces el cliente desconoce”.

4. Una posible cambio de paradigma si los hallazgos de las neurociencias se aplicaran a la teoría económica

Como dijimos al principio de este trabajo, las enseñanzas que las neurociencias están dando al marketing (neuromarketing) podrían ser aprovechadas por los economistas teóricos para fundamentar mejor las funciones de los modelos macro, en especial la de consumo, y no poner tanto en un primer plano al análisis matemático, potenciando la incorporación de variables que permitan modelizar hombres más humanos que los ultra-maximizadores usualmente supuestos por la teoría, que ha llevado a una ciencia social como la economía a adentrarse profundamente en el frío mundo de las matemáticas y a la pretensión de algunos colegas de “hacer hablar a las matemáticas”.

Y así como en la época del racionalismo / positivismo la Escuela Neoclásica entendió que había que parar con la mera especulación sin fundamentos científicos, posibilitando el auge de la economía como ciencia, ahora quizás sea hora que la Escuela de la Neuroeconomía, si así se la puede llamar, diga: “paremos un poco con tanta maximización y ultra-racionalidad y pongámonos a modelizar también la irracionalidad / emocionalidad del ser humano, que las neurociencias están mostrando que es muy importante para explicar la conducta humana”. Probablemente, la ya complicada tarea de científico de la economía (por la matemática compleja que hoy se usa) se va a complicar aún más, pero en otro sentido y con un debate que se va a enriquecer y lo que es mejor, las políticas económicas, basadas en dichos modelos, quizás sean más acertadas. E indudablemente habría en la ciencia económica un cambio de paradigma, pasando del hoy vigente neoclásico a uno quizás llamado neuroeconómico.

Neuroeconomía

Hacia una relativización del concepto de maxi/minimización dentro de la ciencia económicaModernos hallazgos que vienen de las neurociencias describen una racionalidad humana mucho más compleja y lejana de la que hoy tomamos como base para modelizar la toma de decisiones en economía. ¿Cambio de paradigma en nuestra ciencia?



Autor: Sebastián Laza

economista

seblaza@gmail.com

www.conexionfinanciera.com.ar


Octubre de 2006



  1. Introducción

Fueron los neoclásicos los que formalizaron, matemática mediante, los modelos económicos (de equilibrio parcial y de equilibrio general) que han perdurado hasta la actualidad. Aportes desde Jevons, Marshall, Pareto y Walras, entre otros, consolidaron durante el siglo XIX la base de la ciencia económica que hoy se estudia en las universidades, que supone en los seres humanos una racionalidad maximizadora de beneficios / minimizadora de costos bastante extrema , siempre en lo que respecta a nuestra tarea de tomar decisiones económicas en función del dilema recursos escasos versus necesidades infinitas . Los neoclásicos propusieron esta racionalidad humana por una razón que nadie generalmente refuta: los hombres, animales pensantes por excelencia en este mundo, al enfrentarnos al mencionado dilema (necesidades infinitas / recursos escasos) no nos queda otra que tratar de maximizar siempre la utilidad / beneficio que podemos sacar de nuestros escasos recursos (nuestros salarios especialmente), buscando de esta forma obtener en toda situación -de índole económica- el máximo beneficio con el mínimo costo. Este es, palabras más, palabras menos, el fundamento que los neoclásicos tuvieron en cuenta para edificar “científicamente” a la economía, es decir para darle formato científico / matemático a ideas ya existentes, que venían postulando por ejemplo Adam Smith y David Ricardo -entre los principales de la llamada Escuela Clásica en economía-, ideas que tomaron auge principalmente con la 1ra Revolución Industrial (siglo XVIII), cuando se empezaron a formar los estados naciones y las economías de mercado que aún hoy perduran.

Contextualizando entonces el aporte de los neoclásicos, fácilmente advertimos lo enorme y valioso de su labor : formalizaron matemáticamente todo el pensamiento económico de mercado que había hasta esa época, formalización que permitió que la economía fuera vista como ciencia (y gozara de respeto académico) a la luz del riguroso paradigma positivista que reinaba en todo el mundo científico. Corría entonces el siglo XIX y los Marshall, Jevons, Pareto y compañía, con la primera y segunda revolución industrial delante de sus ojos y un paradigma científico racionalista-positivista que atravesaba todas las ciencias, hicieron que la economía creciera como ciencia en una época donde todo lo que no era matematizable no tenía mucho rigor científico . En aquella época, el positivismo exigía a las ciencias que fueran capaces de fundamentar la mayor cantidad de hechos posibles bajo cadenas lógicas de causa / efecto, y con postulados susceptibles de ser testeados –en lo posible vía métodos cuantitativos-, de lo contrario no se consideraba a una ciencia del todo seria. Por lo tanto, las herramientas matemáticas (derivadas, integrales, ecuaciones diferenciales y en diferencia, etc.) fueron sumamente útiles para basamentar una ciencia social como la economía, ya que si bien forzó “un poco” la racionalidad humana –no existían los desarrollos en neurociencias que hay ahora, hay que reconocerlo-, le dio rigurosidad científica y poder predictivo a nuestra naciente ciencia. En resumen, estos primeros científicos de la economía (los clásicos y especialmente los neoclásicos) hicieron un aporte espléndido para su época, construyeron con rigor científico una de las ciencias más influyentes de los tiempos modernos: la economía, la ciencia de nosotros los economistas, clase poderosa si las hay -intelectualmente hablando- en nuestros días.



Y el éxito de esta creación científica fue notable, hasta tal punto que al día de hoy las bases del pensamiento neoclásico no han sufrido grandes embates , por ejemplo en microeconomía, Chamberlin y Nash con sus aportes en competencia imperfecta, si bien muy importantes por sus hallazgos, partieron de los supuestos maxi/minimizadores neoclásicos. Ni hablar en macroeconomía, donde por ejemplo la Escuela de los Nuevos Clásicos, también con aportes teóricos interesantes, parte íntegramente de los supuestos neoclásicos. Es más, todo el auge de la teoría de las Fallas de Mercado, que ha revolucionado el campo de la política económica por ejemplo, está íntegramente basada en la racionalidad neoclásica. Quizás tan sólo Keynes y sus seguidores sean una de las pocas escuelas que empezaron a cuestionar la racionalidad neoclásica , en especial con sus aportes sobre el comportamiento de la función de inversión en épocas de crisis, la trampa de la liquidez, y otros tópicos relacionados. Recordemos que Keynes escribió en la época de la Gran Depresión de la década de 1930, donde casi se derrumba el capitalismo, dando muestras que algo fallaba en el sistema, y obviamente también en la teoría.

Keynes y sus seguidores pusieron énfasis en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis de inversión y consumo, aún ante condiciones que deberían permitir a “hombres racionales” volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis . Sus postulados entonces se hicieron famosos durante la crisis mundial del '30, como ya dijimos, cuando el Estado tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada (consumo e inversión privada) con iniciativa pública (gasto público) para que el mundo volviera al crecimiento, postulados que también se ha corroborado como bastante acertados en innumerables situaciones en décadas posteriores, donde ciertas economías nacionales cayeron en situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, etc.).

En una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores en cuanto a sus decisiones de índole económica , por distintas y discutibles razones, pero no siempre maximizadores. L amentablemente, Keynes escribió en una época donde las neurociencias no mostraban los avances que hoy muestran, que incluso ya han permitido el surgimiento de lo que algunos teóricos llaman neuroeconomía , rama de la ciencia económica que trata de buscar explicaciones a la toma de decisiones en función del estudio del funcionamiento del cerebro humano, que tiene un alto componente emocional además de su conocido componente racional.

Y si bien es irrefutable que la escasez de recursos obliga a los seres humanos a tender hacia la maximización de beneficios y/o minimización de costos , y siempre va a ser así -salvo que el hombre cambiara y se volviera una persona que se conformara con poco, o que estuviera dispuesto a compartir todo con su prójimo, lo que nos acercaría al hombre pronosticado por Marx (y por los socialistas utópicos) en su mentado “fin de la historia”-, la neuroeconomía de a poco está mostrando que el ser humano es maximizador sólo “a grandes rasgos”, es decir los es sólo en términos relativos, no absolutos. Es decir hoy está cada vez más claro, a partir de la ayuda de las neurociencias, que el ser humano no siempre maximiza beneficios y / o minimiza costos en sus decisiones económicas, y por lo tanto el basamento fundamental con el que se construyen todos los modelos económicos estaría empezando a relativizarse , irónicamente conectando a la economía con la llamada posmodernidad, paradigma del comportamiento humano que ha atravesado ciencias sociales como la sociología, la educación y la psicología, pero hasta ahora nunca la economía. Es más, modernas investigaciones en neuromarketing por ejemplo, ilustran casos donde las personas se comportan en forma contraria a lo que pronosticaría una función de consumo de la teoría económica tradicional.

Y si bien la aplicación de la neurociencias a la economía pareciera que aún está en pañales, en el marketing ha avanzado un poco más, de hecho estos avances en neuromarketing son un buen indicio de lo que puede llegar a venirse en neuroeconomía. Un buen ejemplo lo da un pensador influyente en el tema neuromarketing, el argentino Nestor Braidot, cuyas recomendaciones para empresarios, basadas en los modernos estudios científicos que vienen de las neurociencias, son útiles para mostrar el posible cambio de paradigma que se viene dentro del pensamiento económico dominante . Dice Braidot: “ las neurociencias han demostrado que la decisión que impulsa una compra no es un proceso racional, sino que en la mayoría de los casos es relativamente automática y deriva de fuerzas metaconscientes” , o sea nos está diciendo que la gente incorpora muchas más cosas a la decisión de compra que el simple análisis costo-beneficio que usamos en micro y ahora también en macroeconomía (por eso de los fundamentos micro), cuestiones irracionales que obviamente el hombre no calcula y, más que obviamente, no se pueden matematizar. Es decir, a la vista de los postulados de Braidot para el marketing, se puede deducir que, en economía, por lo menos la función de consumo de los modelos macro , derivada con los supuestos micro de la maximización, estarían fuertemente sesgadas, invalidando probablemente todo el modelo macroeconómico . Casi nada!!

  1. Sobre cómo piensa el ser humano real, no el de la teoría económica

La noción actual sobre los fundamentos de la conducta humana es mucho más apasionante y compleja que la que se tenía hasta antes de los recientes avances en neurociencias, y ni que hablar de la excesivamente racional que sirve de base para modelizar en economía. Al contrario de lo habitualmente sostenido, recientes hallazgos ilustran que los seres humanos tienen tres muy importantes centros neuronales (tres cerebros) que participan en la toma de decisiones, dos de ellos eminentemente emocionales –en los intestinos y en el corazón- y el otro -el de la cabeza- sólo parcialmente racional, ya que también tiene una porción altamente emocional .

La noción tradicional sobre la influencia del cerebro de la cabeza en el comportamiento humano puede resumirse así: todas las experiencias que se viven directamente, como interactuar con alguien, enfrentar una dificultad, un problema o una oportunidad, o más concretamente en economía, observar un producto con intención de compra, son percibidas mediante los 5 sentidos primarios y entran en el sistema nervioso. De acuerdo con este viejo modelo, que los hallazgos en neurociencias ya han derrumbado, todas las experiencias van directamente al cerebro, el individuo piensa en ellas y responde con alguna conducta . Todo sucede en la cabeza. Hasta acá la versión tradicional, la que indirectamente siempre ha usado de base la teoría económica para modelizar.

Pero como enseñan los modernos avances en neurociencias, la realidad es otra. De hecho, cuando dedicamos demasiada actividad cerebral a pensar y recordar, no queda suficiente energía en el cerebro para sentir y experimentar en toda su magnitud lo que es novedoso en ese momento. Como resultado, el desempeño que podría ser ingenioso y práctico se vuelve desatinado e ineficaz.

El campo de las neurociencias es hoy en día muy dinámico, de hecho “todos los días” pareciera que se está aprendiendo algo más sobre los misterios de la inteligencia humana; según estudios recientes, la inteligencia y por lo tanto el sustento de todas nuestras decisiones y elecciones se distribuye en todo el organismo . Desde hace poco se sabe que cada experiencia que tenemos no va directamente al cerebro para que pensemos en ella (antigua creencia), sino que se dirige primero a las redes neurológicas del tracto intestinal (entrañas) y del corazón . Es decir, pareciera que lo último que hacemos es pensar con el cerebro “maximizador”, el único que utilizamos los economistas para armar nuestros modelos micro y macro.

•  El cerebro de los intestinos

Cada punto de contacto con la vida produce una sensación que se puede experimentar como mariposas en el estómago, un nudo de tensión en los intestinos o una emoción. La sensación está ahí, haciendo muchas preguntas, no importa que uno las advierta o no. Y nuestros intestinos (o entrañas) no sólo hacen preguntas, también las responden y sus respuestas afectan nuestras acciones. Conocido como sistema nervioso entérico , este cerebro nº 2 –que se encuentra dentro de nuestros intestinos- es independiente del que se aloja en el cráneo –cerebro nº 1-, pero se conecta con él. Los científicos que estudian los neuroquímicos y los complejos sistemas de las células nerviosas del tracto intestinal afirman que hay más neuronas en este tracto que en toda la espina dorsal, es decir alrededor de 100 millones . Ese intrincado circuito le permite actuar con autonomía, aprender, recordar e influir en nuestras percepciones y comportamientos .

Independientemente de que los seres humanos reconozcamos o no las reacciones provenientes de nuestros intestinos, ellos moldean todo lo que nosotros hacemos, todo el tiempo. Y ahora me surge a mí una pregunta como economista, ¿será frío y maximizador este cerebro, como el de la cabeza, o será más emocional? Parece que más emocional . Entonces me surge otra pregunta: ¿en qué porcentaje influye el cerebro intestinal en la decisión final que uno toma, por ejemplo sobre consumir dicho producto o su sucedáneo más caro, ampliar mi empresa o no, trabajar aquí o allá, etc.? Es decir ¿qué pesará más, lo emocional o lo racional? No sabemos bien la respuesta, pero lo que sí es seguro es que el problema decisional se pone bastante más complejo de modelizar.

•  El cerebro del corazón

Después que el sistema nervioso entérico digiere cada experiencia, el corazón la examina . En la década de los '90, los científicos del nuevo campo de la neurocardiología descubrieron que el verdadero cerebro –cerebro nº 3 para este texto- está en el corazón y que actúa independientemente del de la cabeza . Constituido por más de 40.000 células nerviosas llamadas barorreceptores, junto con una compleja red de neurotransmisores, proteínas y células de soporte, este cerebro es del tamaño de varias áreas clave del cerebro de la cabeza . Cuenta con habilidades computacionales poderosas y altamente sofisticadas. Al igual que el cerebro de los intestinos, éste utiliza su circuito neural para actuar con independencia, aprender, recordar y responder ante la vida .

En el feto, el corazón se desarrolla antes que el sistema nervioso y el cerebro pensante. La energía eléctrica de cada latido del corazón, junto con la información que contiene, es transmitida a cada célula del organismo. El corazón es un músculo cargado de energía, y cada latido desencadena la actividad de miles de millones de células con un ritmo perfectamente sincronizado. Estudios recientes sobre la generación de las emociones y los mecanismos que intervienen en el aprendizaje han revelado que la coherencia rítmica del cerebro del corazón puede modificar dramáticamente la eficacia del cerebro pensante .

Cada latido del corazón hace que el organismo se comunique instantáneamente como un todo, pues se trata de una onda que viaja por las arterias muchísimo más rápido que la sangre por el torrente sanguíneo. Esto crea otro tipo de comunicación interior, ya que estos patrones de onda varían con cada patrón intrincado y rítmico del corazón. Cada una de las millones de células de nuestro organismo siente esta onda de presión y se ve afectada por ella de varias maneras.

Si no sentimos nuestros valores y nuestras metas, no podemos vivirlos . El papel decisivo para impulsarnos a sobresalir no lo desempeña la cabeza, sino el corazón .

Desde el punto de vista de la creatividad y la iniciativa (muy relacionadas con la función de inversión en la economía), el corazón no sólo está abierto a nuevas posibilidades, sino que las explora y se esfuerza sin cesar por comprender intuitivamente qué es lo más importante para la vida y el trabajo del individuo. El cerebro del corazón busca instantáneamente nuevas oportunidades para crecer o aprender, establece una lectura de lo que los demás sienten, evalúa la congruencia de esos sentimientos y revisa la coherencia interna de sus valores y pasiones. Así el corazón parece funcionar como un sistema sensorial trascendental, o como un radar que revela oportunidades importantes o novedosas . A esta altura, como economista, me surge otra nueva pregunta: si la neurocardiología está demostrando que esta “comprensión intuitiva” que hace el cerebro del corazón es una de las fases más determinantes para la toma de decisiones humanas ¿cómo hacemos para incluirla en los modelos económicos, si es algo que parece tener bastantes componentes irracionales, al igual que el cerebro de los intestinos?

Además de lo ya mencionado, podemos agregar que el campo electromagnético del corazón es el más poderoso del organismo . De hecho, es aproximadamente 5.000 veces más poderoso que el del cerebro de la cabeza . Los cambios eléctricos en los sentimientos transmitidos por el corazón humano se pueden percibir y medir a más de medio metro de distancia.

Así como nuestros intestinos (cerebro 2) procesan mucho más que alimentos, el corazón (cerebro 3) hace que circule mucho más que sangre. Cada latido se comunica con todo el organismo mediante un lenguaje inteligente que afecta profundamente nuestra percepción del mundo y nuestras reacciones .

•  El cerebro de la cabeza

La próxima estación de los impulsos nerviosos (recordemos que primero pasan por los intestinos y el corazón) es un área ubicada en la base del cerebro llamada médula. Allí se desarrollan varios procesos fundamentales. Dentro de la médula existe un vínculo vital con el sistema activador reticular (SAR). Este sistema se conecta con nervios importantes de la columna vertebral y el cerebro. Clasifica los 100 millones de impulsos que le llegan al cerebro cada segundo, y desvía los impulsos triviales para que únicamente los que son vitales alerten a la mente. Tras dejar el SAR, en fracciones de segundo la comunicación neural viaja al sistema límbico , donde percibimos el mundo y moldeamos nuestras respuestas. El sistema límbico es el centro de las emociones del cerebro . Existe evidencia de que este sistema funciona 80 mil veces más rápido que la corteza cerebral del cerebro pensante . Es decir, las neurociencias hoy nos están diciendo que en la zona del cerebro nº 1 -de la cabeza- también tenemos un centro donde pesa más lo emocional que lo racional , es decir el sistema límbico.

Finalmente, y en lo que es la última parada de su viaje, la cascada neural de impresiones originadas en nuestras experiencias llega al área pensante del cerebro, conocida como corteza cerebral . Decimos “finalmente” porque ya vimos que, antes de llegar a esta área, las entrañas o intestinos, el corazón y la región emocional del cerebro experimentan e interpretan todas nuestras vivencias. En otras palabras, y contrario a lo que se suele creer, parece que lo último que hacemos es pensar, es decir, lo último que aplicamos es el frío cálculo costo / beneficio para tomar nuestras decisiones . Para el homos economicus, esto es, nosotros los seres humanos tratando de satisfacer nuestras necesidades económicas, esto implicaría que antes de aplicar nuestros agudos análisis maxi/minimizadores para darle el toque final a una decisión (la compra del producto X), ya hemos venido formando nuestra respuesta desde los intestinos, el corazón y el sistema límbico -todas zonas eminentemente emocionales- . Es decir, gran parte de dicho proceso decisorio, el eminentemente emocional, no es tenido en cuenta por la teoría económica neoclásica.

Es más, siguiendo con el análisis del cerebro de la cabeza, cada uno de nosotros sabe que cuando dependemos demasiado del cerebro de la cabeza se nos empiezan a presentar problemas innecesarios. Una de las razones es que cuando la mente funciona sin estar equilibrada con las entrañas y el corazón, el intelecto actúa fundamentalmente por conveniencia . El intelecto tiene la capacidad de conjurar todo tipo de ideologías, filosofías, teorías, principios y creencias, pero aunque éstos sean elocuentes y bien intencionados, no significan mucho por sí solos . Debemos sentir (parte emocional) lo que es importante para nosotros a fin de vivir y de tomar cada una de nuestras decisiones, de las cuales más del 90% son decisiones económicas .

Es por eso que la frecuente exhortación a mantener a raya nuestras emociones termina generalmente haciéndonos tomar decisiones inadecuadas. Desde luego que debemos pensar con la mayor claridad posible, pero tomar decisiones o resolver problemas basándonos únicamente en el pensamiento, es decir, sin la participación activa de los cerebros de las entrañas y el corazón, no es suficiente . El tema es que la teoría económica supone por conveniencia metodológica –el uso de las matemáticas- un ser humano íntegramente sostenido por la parte pensante del cerebro de la cabeza, olvidándose de toda la carga emocional en que se fundan nuestras decisiones . Y lo que es más, cambiar esta forma de modelizar la economía sería un verdadero cambio de paradigma, sería superar el paradigma neoclásico por otro quizás llamado neuroeconómico, o conductual. Ahora bien, la tarea no va a ser fácil, ya que modelizar quizás se complejice mucho más.

  1. Pero cómo hacemos para modelizar en economía el alto componente emocional de la conducta humana

Tamaño problema para nosotros los economistas estoy planteando. Al cerebro maximizador , el de la cabeza, y más precisamente el de la corteza cerebral –ya vimos que el sistema límbico es esencialmente emocional-, es fácil modelizarlo . A partir del análisis matemático, utilizamos por ejemplo los procesos de cálculo de derivadas para maximizar funciones (consumo, inversión, etc.) sujetas a restricciones, generalmente marcadas por los recursos escasos con los que indudablemente contamos para satisfacer nuestras necesidades económicas (los limitados ingresos salariales, las rígidas dotaciones de bienes de capital disponibles en el corto plazo por las empresas, etc.). Pero si ahora las neurociencias nos dicen -en forma elocuente y experimentalmente demostradas- que las decisiones de inversión, consumo, ahorro, etc. no sólo se toman a partir de lo que dice la corteza cerebral (el intelecto, lo racional), sino que se vienen masticando dichas decisiones desde otras estaciones cerebrales no racionales, o sea eminentemente emocionales -y para nada maxi/minimizadoras- , cómo hacemos los economistas para modelizarlas . Y lo que es más, si por ejemplo la respuesta fuera que metodológicamente los hallazgos de las neurociencias no se pueden modelizar con cierto rigor científico en economía, no sería quizás más prudente empezar por relativizar las predicciones de los modelos que sustentan nuestra actual ciencia económica, basamento de la política económica gubernamental en todos sus niveles . Que quede claro que no estoy proponiendo dejar de lado los postulados neoclásicos de la economía -el paradigma vigente-, pero al menos sí convencernos de forma muy nítida que las inferencias y pronósticos que se pueden hacer a partir de ellos son muy relativos, tan sólo orientadores a grandes rasgos de la evolución económica futura.

Afortunadamente, y si bien no es la finalidad de este trabajo ilustrarlos, los economistas que se están dedicando a la neuroeconomía efectivamente están logrando hacer desarrollos para mejorar la teoría neoclásica. Pero en consonancia con el párrafo anterior, y al menos hasta que la obra de los neuroeconomistas esté concluida, podríamos empezar los docentes / académicos que enseñamos los modelos neoclásicos por “dejar de mirar para otro lado” y -al menos verbalmente- relativizar ante nuestros alumnos las conclusiones de dichos modelos, y lo que es más importante aún, las conclusiones que de ellos emanan.

A continuación ilustramos algunos postulados del neuromarketing, para darnos cuenta de cuán sesgadas están las funciones de consumo de los modelos macro hoy vigentes, modelos que se utilizan para predecir la evolución de las economías nacionales y planificar políticas económicas, o sea casi nada. Siguiendo escritos del mencionado especialista Nestor Braidot, tenemos que:

•  “Los últimos avances en neurociencias han demostrado que la toma de decisiones de consumo no es un proceso racional. Es decir, los clientes no examinan conscientemente los atributos de un producto o servicio para adquirirlo ”.

•  “En la mayoría de los casos, el proceso de selección es relativamente automático y deriva de hábitos y otras fuerzas metaconcientes, entre los cuales gravitan la propia historia, la personalidad, las características neurofisiológicas y el contexto físico y social que nos rodea”.

•  “Según los científicos, las zonas del cerebro de la racionalidad no pueden funcionar aisladas de las zonas de regulación biológica-emocional. Los dos sistemas se comunican y afectan la conducta en forma conjunta, y consecuentemente, el comportamiento de las personas”.

•  “ La fragancia de un perfume, por ejemplo, puede evocar distintas sensaciones. Si el cliente asocia dicha fragancia con experiencias dolorosas o con una persona con la que no simpatiza, es muy probable que no lo compre, aún cuando la relación precio-calidad-marca sea razonable ”.

•  “Estas y otras asociaciones, al igual que la mayor parte de los procesos mentales, se verifican en el plano metaconsciente y nos obligan a encontrar nuevas herramientas que nos permitan acceder a ese conjunto desordenado de emociones, recuerdos, pensamientos y percepciones que determinan las decisiones de compra y consumo, y que la mayoría de las veces el cliente desconoce”.

•  Una posible cambio de paradigma si los hallazgos de las neurociencias se aplicaran a la teoría económica

Como dijimos al principio de este trabajo, las enseñanzas que las neurociencias están dando al marketing (neuromarketing) podrían ser aprovechadas por los economistas teóricos para fundamentar mejor las funciones de los modelos macro, en especial la de consumo , y no poner tanto en un primer plano al análisis matemático, potenciando la incorporación de variables que permitan modelizar hombres más humanos que los ultra-maximizadores usualmente supuestos por la teoría, que ha llevado a una ciencia social como la economía a adentrarse profundamente en el frío mundo de las matemáticas y a la pretensión de algunos colegas de “hacer hablar a las matemáticas” .

Y así como en la época del racionalismo / positivismo la Escuela Neoclásica entendió que había que parar con la mera especulación sin fundamentos científicos , posibilitando el auge de la economía como ciencia , ahora quizás sea hora que la Escuela de la Neuroeconomía, si así se la puede llamar, diga: “ paremos un poco con tanta maximización y ultra-racionalidad y pongámonos a modelizar también la irracionalidad / emocionalidad del ser humano, que las neurociencias están mostrando que es muy importante para explicar la conducta humana ”. Probablemente, la ya complicada tarea de científico de la economía (por la matemática compleja que hoy se usa) se va a complicar aún más, pero en otro sentido y con un debate que se va a enriquecer y lo que es mejor, las políticas económicas, basadas en dichos modelos, quizás sean más acertadas. E indudablemente habría en la ciencia económica un cambio de paradigma, pasando del hoy vigente neoclásico a uno quizás llamado neuroeconómico.

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