NEUROECONOMÍA: HACIA UNA RELATIVIZACIÓN DEL CONCEPTO DE MAXI/MINIMIZACIÓN DENTRO DE LA CIENCIA ECONÓMICA

Modernos hallazgos que vienen de las neurociencias describen una racionalidad humana mucho más compleja y lejana de la que hoy tomamos como base para modelizar la toma de decisiones en economía. ¿Cambio de paradigma en nuestra ciencia?


1. Introducción

Fueron los neoclásicos los que formalizaron, matemática mediante, los modelos económicos (de equilibrio parcial y de equilibrio general) que han perdurado hasta la actualidad. Aportes desde Jevons, Marshall, Pareto y Walras, entre otros, consolidaron durante el siglo XIX la base de la ciencia económica que hoy se estudia en las universidades, que supone en los seres humanos una racionalidad maximizadora de beneficios / minimizadora de costos bastante extrema, siempre en lo que respecta a nuestra tarea de tomar decisiones económicas en función del dilema recursos escasos versus necesidades infinitas. Los neoclásicos propusieron esta racionalidad humana por una razón que nadie generalmente refuta: los hombres, animales pensantes por excelencia en este mundo, al enfrentarnos al mencionado dilema (necesidades infinitas / recursos escasos) no nos queda otra que tratar de maximizar siempre la utilidad / beneficio que podemos sacar de nuestros escasos recursos (nuestros salarios especialmente), buscando de esta forma obtener en toda situación -de índole económica- el máximo beneficio con el mínimo costo. Este es, palabras más, palabras menos, el fundamento que los neoclásicos tuvieron en cuenta para edificar “científicamente” a la economía, es decir para darle formato científico / matemático a ideas ya existentes, que venían postulando por ejemplo Adam Smith y David Ricardo -entre los principales de la llamada Escuela Clásica en economía-, ideas que tomaron auge principalmente con la 1ra Revolución Industrial (siglo XVIII), cuando se empezaron a formar los estados naciones y las economías de mercado que aún hoy perduran.

Contextualizando entonces el aporte de los neoclásicos, fácilmente advertimos lo enorme y valioso de su labor: formalizaron matemáticamente todo el pensamiento económico de mercado que había hasta esa época, formalización que permitió que la economía fuera vista como ciencia (y gozara de respeto académico) a la luz del riguroso paradigma positivista que reinaba en todo el mundo científico. Corría entonces el siglo XIX y los Marshall, Jevons, Pareto y compañía, con la primera y segunda revolución industrial delante de sus ojos y un paradigma científico racionalista-positivista que atravesaba todas las ciencias, hicieron que la economía creciera como ciencia en una época donde todo lo que no era matematizable no tenía mucho rigor científico. En aquella época, el positivismo exigía a las ciencias que fueran capaces de fundamentar la mayor cantidad de hechos posibles bajo cadenas lógicas de causa / efecto, y con postulados susceptibles de ser testeados –en lo posible vía métodos cuantitativos-, de lo contrario no se consideraba a una ciencia del todo seria. Por lo tanto, las herramientas matemáticas (derivadas, integrales, ecuaciones diferenciales y en diferencia, etc.) fueron sumamente útiles para basamentar una ciencia social como la economía, ya que si bien forzó “un poco” la racionalidad humana –no existían los desarrollos en neurociencias que hay ahora, hay que reconocerlo-, le dio rigurosidad científica y poder predictivo a nuestra naciente ciencia. En resumen, estos primeros científicos de la economía (los clásicos y especialmente los neoclásicos) hicieron un aporte espléndido para su época, construyeron con rigor científico una de las ciencias más influyentes de los tiempos modernos: la economía, la ciencia de nosotros los economistas, clase poderosa si las hay -intelectualmente hablando- en nuestros días.


Y el éxito de esta creación científica fue notable, hasta tal punto que al día de hoy las bases del pensamiento neoclásico no han sufrido grandes embates, por ejemplo en microeconomía, Chamberlin y Nash con sus aportes en competencia imperfecta, si bien muy importantes por sus hallazgos, partieron de los supuestos maxi/minimizadores neoclásicos. Ni hablar en macroeconomía, donde por ejemplo la Escuela de los Nuevos Clásicos, también con aportes teóricos interesantes, parte íntegramente de los supuestos neoclásicos. Es más, todo el auge de la teoría de las Fallas de Mercado, que ha revolucionado el campo de la política económica por ejemplo, está íntegramente basada en la racionalidad neoclásica. Quizás tan sólo Keynes y sus seguidores sean una de las pocas escuelas que empezaron a cuestionar la racionalidad neoclásica, en especial con sus aportes sobre el comportamiento de la función de inversión en épocas de crisis, la trampa de la liquidez, y otros tópicos relacionados. Recordemos que Keynes escribió en la época de la Gran Depresión de la década de 1930, donde casi se derrumba el capitalismo, dando muestras que algo fallaba en el sistema, y obviamente también en la teoría.

Keynes y sus seguidores pusieron énfasis en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis de inversión y consumo, aún ante condiciones que deberían permitir a “hombres racionales” volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis. Sus postulados entonces se hicieron famosos durante la crisis mundial del ’30, como ya dijimos, cuando el Estado tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada (consumo e inversión privada) con iniciativa pública (gasto público) para que el mundo volviera al crecimiento, postulados que también se ha corroborado como bastante acertados en innumerables situaciones en décadas posteriores, donde ciertas economías nacionales cayeron en situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, etc.).

En una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores en cuanto a sus decisiones de índole económica, por distintas y discutibles razones, pero no siempre maximizadores. Lamentablemente, Keynes escribió en una época donde las neurociencias no mostraban los avances que hoy muestran, que incluso ya han permitido el surgimiento de lo que algunos teóricos llaman neuroeconomía, rama de la ciencia económica que trata de buscar explicaciones a la toma de decisiones en función del estudio del funcionamiento del cerebro humano, que tiene un alto componente emocional además de su conocido componente racional.


Y si bien es irrefutable que la escasez de recursos obliga a los seres humanos a tender hacia la maximización de beneficios y/o minimización de costos, y siempre va a ser así -salvo que el hombre cambiara y se volviera una persona que se conformara con poco, o que estuviera dispuesto a compartir todo con su prójimo, lo que nos acercaría al hombre pronosticado por Marx (y por los socialistas utópicos) en su mentado “fin de la historia”-, la neuroeconomía de a poco está mostrando que el ser humano es maximizador sólo “a grandes rasgos”, es decir los es sólo en términos relativos, no absolutos. Es decir hoy está cada vez más claro, a partir de la ayuda de las neurociencias, que el ser humano no siempre maximiza beneficios y / o minimiza costos en sus decisiones económicas, y por lo tanto el basamento fundamental con el que se construyen todos los modelos económicos estaría empezando a relativizarse, irónicamente conectando a la economía con la llamada posmodernidad, paradigma del comportamiento humano que ha atravesado ciencias sociales como la sociología, la educación y la psicología, pero hasta ahora nunca la economía. Es más, modernas investigaciones en neuromarketing por ejemplo, ilustran casos donde las personas se comportan en forma contraria a lo que pronosticaría una función de consumo de la teoría económica tradicional.

Y si bien la aplicación de la neurociencias a la economía pareciera que aún está en pañales, en el marketing ha avanzado un poco más, de hecho estos avances en neuromarketing son un buen indicio de lo que puede llegar a venirse en neuroeconomía. Un buen ejemplo lo da un pensador influyente en el tema neuromarketing, el argentino Nestor Braidot, cuyas recomendaciones para empresarios, basadas en los modernos estudios científicos que vienen de las neurociencias, son útiles para mostrar el posible cambio de paradigma que se viene dentro del pensamiento económico dominante. Dice Braidot: “las neurociencias han demostrado que la decisión que impulsa una compra no es un proceso racional, sino que en la mayoría de los casos es relativamente automática y deriva de fuerzas metaconscientes”, o sea nos está diciendo que la gente incorpora muchas más cosas a la decisión de compra que el simple análisis costo-beneficio que usamos en micro y ahora también en macroeconomía (por eso de los fundamentos micro), cuestiones irracionales que obviamente el hombre no calcula y, más que obviamente, no se pueden matematizar. Es decir, a la vista de los postulados de Braidot para el marketing, se puede deducir que, en economía, por lo menos la función de consumo de los modelos macro, derivada con los supuestos micro de la maximización, estarían fuertemente sesgadas, invalidando probablemente todo el modelo macroeconómico. Casi nada!!

2. Sobre cómo piensa el ser humano real, no el de la teoría económica

La noción actual sobre los fundamentos de la conducta humana es mucho más apasionante y compleja que la que se tenía hasta antes de los recientes avances en neurociencias, y ni que hablar de la excesivamente racional que sirve de base para modelizar en economía. Al contrario de lo habitualmente sostenido, recientes hallazgos ilustran que los seres humanos tienen tres muy importantes centros neuronales (tres cerebros) que participan en la toma de decisiones, dos de ellos eminentemente emocionales –en los intestinos y en el corazón- y el otro -el de la cabeza- sólo parcialmente racional, ya que también tiene una porción altamente emocional.

La noción tradicional sobre la influencia del cerebro de la cabeza en el comportamiento humano puede resumirse así: todas las experiencias que se viven directamente, como interactuar con alguien, enfrentar una dificultad, un problema o una oportunidad, o más concretamente en economía, observar un producto con intención de compra, son percibidas mediante los 5 sentidos primarios y entran en el sistema nervioso. De acuerdo con este viejo modelo, que los hallazgos en neurociencias ya han derrumbado, todas las experiencias van directamente al cerebro, el individuo piensa en ellas y responde con alguna conducta. Todo sucede en la cabeza. Hasta acá la versión tradicional, la que indirectamente siempre ha usado de base la teoría económica para modelizar.

Pero como enseñan los modernos avances en neurociencias, la realidad es otra. De hecho, cuando dedicamos demasiada actividad cerebral a pensar y recordar, no queda suficiente energía en el cerebro para sentir y experimentar en toda su magnitud lo que es novedoso en ese momento. Como resultado, el desempeño que podría ser ingenioso y práctico se vuelve desatinado e ineficaz.

El campo de las neurociencias es hoy en día muy dinámico, de hecho “todos los días” pareciera que se está aprendiendo algo más sobre los misterios de la inteligencia humana; según estudios recientes, la inteligencia y por lo tanto el sustento de todas nuestras decisiones y elecciones se distribuye en todo el organismo. Desde hace poco se sabe que cada experiencia que tenemos no va directamente al cerebro para que pensemos en ella (antigua creencia), sino que se dirige primero a las redes neurológicas del tracto intestinal (entrañas) y del corazón. Es decir, pareciera que lo último que hacemos es pensar con el cerebro “maximizador”, el único que utilizamos los economistas para armar nuestros modelos micro y macro.

? El cerebro de los intestinos

Cada punto de contacto con la vida produce una sensación que se puede experimentar como mariposas en el estómago, un nudo de tensión en los intestinos o una emoción. La sensación está ahí, haciendo muchas preguntas, no importa que uno las advierta o no. Y nuestros intestinos (o entrañas) no sólo hacen preguntas, también las responden y sus respuestas afectan nuestras acciones. Conocido como sistema nervioso entérico, este cerebro nº 2 –que se encuentra dentro de nuestros intestinos- es independiente del que se aloja en el cráneo –cerebro nº 1-, pero se conecta con él. Los científicos que estudian los neuroquímicos y los complejos sistemas de las células nerviosas del tracto intestinal afirman que hay más neuronas en este tracto que en toda la espina dorsal, es decir alrededor de 100 millones. Ese intrincado circuito le permite actuar con autonomía, aprender, recordar e influir en nuestras percepciones y comportamientos.

Independientemente de que los seres humanos reconozcamos o no las reacciones provenientes de nuestros intestinos, ellos moldean todo lo que nosotros hacemos, todo el tiempo. Y ahora me surge a mí una pregunta como economista, ¿será frío y maximizador este cerebro, como el de la cabeza, o será más emocional? Parece que más emocional. Entonces me surge otra pregunta: ¿en qué porcentaje influye el cerebro intestinal en la decisión final que uno toma, por ejemplo sobre consumir dicho producto o su sucedáneo más caro, ampliar mi empresa o no, trabajar aquí o allá, etc.? Es decir ¿qué pesará más, lo emocional o lo racional? No sabemos bien la respuesta, pero lo que sí es seguro es que el problema decisional se pone bastante más complejo de modelizar.

? El cerebro del corazón

Después que el sistema nervioso entérico digiere cada experiencia, el corazón la examina. En la década de los ’90, los científicos del nuevo campo de la neurocardiología descubrieron que el verdadero cerebro –cerebro nº 3 para este texto- está en el corazón y que actúa independientemente del de la cabeza. Constituido por más de 40.000 células nerviosas llamadas barorreceptores, junto con una compleja red de neurotransmisores, proteínas y células de soporte, este cerebro es del tamaño de varias áreas clave del cerebro de la cabeza. Cuenta con habilidades computacionales poderosas y altamente sofisticadas. Al igual que el cerebro de los intestinos, éste utiliza su circuito neural para actuar con independencia, aprender, recordar y responder ante la vida.

En el feto, el corazón se desarrolla antes que el sistema nervioso y el cerebro pensante. La energía eléctrica de cada latido del corazón, junto con la información que contiene, es transmitida a cada célula del organismo. El corazón es un músculo cargado de energía, y cada latido desencadena la actividad de miles de millones de células con un ritmo perfectamente sincronizado. Estudios recientes sobre la generación de las emociones y los mecanismos que intervienen en el aprendizaje han revelado que la coherencia rítmica del cerebro del corazón puede modificar dramáticamente la eficacia del cerebro pensante.

Cada latido del corazón hace que el organismo se comunique instantáneamente como un todo, pues se trata de una onda que viaja por las arterias muchísimo más rápido que la sangre por el torrente sanguíneo. Esto crea otro tipo de comunicación interior, ya que estos patrones de onda varían con cada patrón intrincado y rítmico del corazón. Cada una de las millones de células de nuestro organismo siente esta onda de presión y se ve afectada por ella de varias maneras.

Si no sentimos nuestros valores y nuestras metas, no podemos vivirlos. El papel decisivo para impulsarnos a sobresalir no lo desempeña la cabeza, sino el corazón.

Desde el punto de vista de la creatividad y la iniciativa (muy relacionadas con la función de inversión en la economía), el corazón no sólo está abierto a nuevas posibilidades, sino que las explora y se esfuerza sin cesar por comprender intuitivamente qué es lo más importante para la vida y el trabajo del individuo. El cerebro del corazón busca instantáneamente nuevas oportunidades para crecer o aprender, establece una lectura de lo que los demás sienten, evalúa la congruencia de esos sentimientos y revisa la coherencia interna de sus valores y pasiones. Así el corazón parece funcionar como un sistema sensorial trascendental, o como un radar que revela oportunidades importantes o novedosas. A esta altura, como economista, me surge otra nueva pregunta: si la neurocardiología está demostrando que esta “comprensión intuitiva” que hace el cerebro del corazón es una de las fases más determinantes para la toma de decisiones humanas ¿cómo hacemos para incluirla en los modelos económicos, si es algo que parece tener bastantes componentes irracionales, al igual que el cerebro de los intestinos?

Además de lo ya mencionado, podemos agregar que el campo electromagnético del corazón es el más poderoso del organismo. De hecho, es aproximadamente 5.000 veces más poderoso que el del cerebro de la cabeza. Los cambios eléctricos en los sentimientos transmitidos por el corazón humano se pueden percibir y medir a más de medio metro de distancia.

Así como nuestros intestinos (cerebro 2) procesan mucho más que alimentos, el corazón (cerebro 3) hace que circule mucho más que sangre. Cada latido se comunica con todo el organismo mediante un lenguaje inteligente que afecta profundamente nuestra percepción del mundo y nuestras reacciones.

? El cerebro de la cabeza

La próxima estación de los impulsos nerviosos (recordemos que primero pasan por los intestinos y el corazón) es un área ubicada en la base del cerebro llamada médula. Allí se desarrollan varios procesos fundamentales. Dentro de la médula existe un vínculo vital con el sistema activador reticular (SAR). Este sistema se conecta con nervios importantes de la columna vertebral y el cerebro. Clasifica los 100 millones de impulsos que le llegan al cerebro cada segundo, y desvía los impulsos triviales para que únicamente los que son vitales alerten a la mente. Tras dejar el SAR, en fracciones de segundo la comunicación neural viaja al sistema límbico, donde percibimos el mundo y moldeamos nuestras respuestas. El sistema límbico es el centro de las emociones del cerebro. Existe evidencia de que este sistema funciona 80 mil veces más rápido que la corteza cerebral del cerebro pensante. Es decir, las neurociencias hoy nos están diciendo que en la zona del cerebro nº 1 -de la cabeza- también tenemos un centro donde pesa más lo emocional que lo racional, es decir el sistema límbico.

Finalmente, y en lo que es la última parada de su viaje, la cascada neural de impresiones originadas en nuestras experiencias llega al área pensante del cerebro, conocida como corteza cerebral. Decimos “finalmente” porque ya vimos que, antes de llegar a esta área, las entrañas o intestinos, el corazón y la región emocional del cerebro experimentan e interpretan todas nuestras vivencias. En otras palabras, y contrario a lo que se suele creer, parece que lo último que hacemos es pensar, es decir, lo último que aplicamos es el frío cálculo costo / beneficio para tomar nuestras decisiones. Para el homos economicus, esto es, nosotros los seres humanos tratando de satisfacer nuestras necesidades económicas, esto implicaría que antes de aplicar nuestros agudos análisis maxi/minimizadores para darle el toque final a una decisión (la compra del producto X), ya hemos venido formando nuestra respuesta desde los intestinos, el corazón y el sistema límbico -todas zonas eminentemente emocionales-. Es decir, gran parte de dicho proceso decisorio, el eminentemente emocional, no es tenido en cuenta por la teoría económica neoclásica.

Es más, siguiendo con el análisis del cerebro de la cabeza, cada uno de nosotros sabe que cuando dependemos demasiado del cerebro de la cabeza se nos empiezan a presentar problemas innecesarios. Una de las razones es que cuando la mente funciona sin estar equilibrada con las entrañas y el corazón, el intelecto actúa fundamentalmente por conveniencia. El intelecto tiene la capacidad de conjurar todo tipo de ideologías, filosofías, teorías, principios y creencias, pero aunque éstos sean elocuentes y bien intencionados, no significan mucho por sí solos. Debemos sentir (parte emocional) lo que es importante para nosotros a fin de vivir y de tomar cada una de nuestras decisiones, de las cuales más del 90% son decisiones económicas.

Es por eso que la frecuente exhortación a mantener a raya nuestras emociones termina generalmente haciéndonos tomar decisiones inadecuadas. Desde luego que debemos pensar con la mayor claridad posible, pero tomar decisiones o resolver problemas basándonos únicamente en el pensamiento, es decir, sin la participación activa de los cerebros de las entrañas y el corazón, no es suficiente. El tema es que la teoría económica supone por conveniencia metodológica –el uso de las matemáticas- un ser humano íntegramente sostenido por la parte pensante del cerebro de la cabeza, olvidándose de toda la carga emocional en que se fundan nuestras decisiones. Y lo que es más, cambiar esta forma de modelizar la economía sería un verdadero cambio de paradigma, sería superar el paradigma neoclásico por otro quizás llamado neuroeconómico, o conductual. Ahora bien, la tarea no va a ser fácil, ya que modelizar quizás se complejice mucho más.

3. Pero cómo hacemos para modelizar en economía el alto componente emocional de la conducta humana

Tamaño problema para nosotros los economistas estoy planteando. Al cerebro maximizador, el de la cabeza, y más precisamente el de la corteza cerebral –ya vimos que el sistema límbico es esencialmente emocional-, es fácil modelizarlo. A partir del análisis matemático, utilizamos por ejemplo los procesos de cálculo de derivadas para maximizar funciones (consumo, inversión, etc.) sujetas a restricciones, generalmente marcadas por los recursos escasos con los que indudablemente contamos para satisfacer nuestras necesidades económicas (los limitados ingresos salariales, las rígidas dotaciones de bienes de capital disponibles en el corto plazo por las empresas, etc.). Pero si ahora las neurociencias nos dicen -en forma elocuente y experimentalmente demostradas- que las decisiones de inversión, consumo, ahorro, etc. no sólo se toman a partir de lo que dice la corteza cerebral (el intelecto, lo racional), sino que se vienen masticando dichas decisiones desde otras estaciones cerebrales no racionales, o sea eminentemente emocionales -y para nada maxi/minimizadoras-, cómo hacemos los economistas para modelizarlas. Y lo que es más, si por ejemplo la respuesta fuera que metodológicamente los hallazgos de las neurociencias no se pueden modelizar con cierto rigor científico en economía, no sería quizás más prudente empezar por relativizar las predicciones de los modelos que sustentan nuestra actual ciencia económica, basamento de la política económica gubernamental en todos sus niveles. Que quede claro que no estoy proponiendo dejar de lado los postulados neoclásicos de la economía -el paradigma vigente-, pero al menos sí convencernos de forma muy nítida que las inferencias y pronósticos que se pueden hacer a partir de ellos son muy relativos, tan sólo orientadores a grandes rasgos de la evolución económica futura.

Afortunadamente, y si bien no es la finalidad de este trabajo ilustrarlos, los economistas que se están dedicando a la neuroeconomía efectivamente están logrando hacer desarrollos para mejorar la teoría neoclásica. Pero en consonancia con el párrafo anterior, y al menos hasta que la obra de los neuroeconomistas esté concluida, podríamos empezar los docentes / académicos que enseñamos los modelos neoclásicos por “dejar de mirar para otro lado” y -al menos verbalmente- relativizar ante nuestros alumnos las conclusiones de dichos modelos, y lo que es más importante aún, las conclusiones que de ellos emanan.

A continuación ilustramos algunos postulados del neuromarketing, para darnos cuenta de cuán sesgadas están las funciones de consumo de los modelos macro hoy vigentes, modelos que se utilizan para predecir la evolución de las economías nacionales y planificar políticas económicas, o sea casi nada. Siguiendo escritos del mencionado especialista Nestor Braidot, tenemos que:

? “Los últimos avances en neurociencias han demostrado que la toma de decisiones de consumo no es un proceso racional. Es decir, los clientes no examinan conscientemente los atributos de un producto o servicio para adquirirlo”.

? “En la mayoría de los casos, el proceso de selección es relativamente automático y deriva de hábitos y otras fuerzas metaconcientes, entre los cuales gravitan la propia historia, la personalidad, las características neurofisiológicas y el contexto físico y social que nos rodea”.

? “Según los científicos, las zonas del cerebro de la racionalidad no pueden funcionar aisladas de las zonas de regulación biológica-emocional. Los dos sistemas se comunican y afectan la conducta en forma conjunta, y consecuentemente, el comportamiento de las personas”.

? “La fragancia de un perfume, por ejemplo, puede evocar distintas sensaciones. Si el cliente asocia dicha fragancia con experiencias dolorosas o con una persona con la que no simpatiza, es muy probable que no lo compre, aún cuando la relación precio-calidad-marca sea razonable”.

? “Estas y otras asociaciones, al igual que la mayor parte de los procesos mentales, se verifican en el plano metaconsciente y nos obligan a encontrar nuevas herramientas que nos permitan acceder a ese conjunto desordenado de emociones, recuerdos, pensamientos y percepciones que determinan las decisiones de compra y consumo, y que la mayoría de las veces el cliente desconoce”.

4. Una posible cambio de paradigma si los hallazgos de las neurociencias se aplicaran a la teoría económica

Como dijimos al principio de este trabajo, las enseñanzas que las neurociencias están dando al marketing (neuromarketing) podrían ser aprovechadas por los economistas teóricos para fundamentar mejor las funciones de los modelos macro, en especial la de consumo, y no poner tanto en un primer plano al análisis matemático, potenciando la incorporación de variables que permitan modelizar hombres más humanos que los ultra-maximizadores usualmente supuestos por la teoría, que ha llevado a una ciencia social como la economía a adentrarse profundamente en el frío mundo de las matemáticas y a la pretensión de algunos colegas de “hacer hablar a las matemáticas”.

Y así como en la época del racionalismo / positivismo la Escuela Neoclásica entendió que había que parar con la mera especulación sin fundamentos científicos, posibilitando el auge de la economía como ciencia, ahora quizás sea hora que la Escuela de la Neuroeconomía, si así se la puede llamar, diga: “paremos un poco con tanta maximización y ultra-racionalidad y pongámonos a modelizar también la irracionalidad / emocionalidad del ser humano, que las neurociencias están mostrando que es muy importante para explicar la conducta humana”. Probablemente, la ya complicada tarea de científico de la economía (por la matemática compleja que hoy se usa) se va a complicar aún más, pero en otro sentido y con un debate que se va a enriquecer y lo que es mejor, las políticas económicas, basadas en dichos modelos, quizás sean más acertadas. E indudablemente habría en la ciencia económica un cambio de paradigma, pasando del hoy vigente neoclásico a uno quizás llamado neuroeconómico.