La crisis económica de 1929, que produjo la quiebra de la Bolsa de de Nueva York, puso al desnudo las imperfecciones del liberalismo económico. Los monopolios habían concentrado excesivamente las riquezas, la superproducción desvalorizaba los productos industriales y agropecuarios, cayeron los valores de las bolsas, las empresas cerraban sus puertas y la desocupación crecía como consecuencia de la gran depresión.
Esta crisis hizo necesaria la intervención del Estado que mediante la utilización del gasto publico logra para la economía. A esta política se conoce con el nombre de keynesianismo.
Keynes fue un economista británico que planteó precisamente esta política como forma de evitar o al menos reducir los efectos de las crisis cíclicas del capitalismo. Por eso también se conoce a las políticas keynesianas como políticas anticíclicas o políticas inflacionistas -ya que a la larga produce una inflación descontrolada-.
La primera vez que se puso en práctica semejante política fue durante el período del "New Deal" (Nuevo pacto) de Roosevelt que redujo notablemente los efectos dañinos de la gran depresión.
Durante la postguerra, las políticas keynesianas se generalizaron a todo el mundo, coincidiendo con el llamado boom de la postguerra, un período de crecimiento ininterrúmpido del capitalismo que duró aproximadamente unos 30 años (1945-1975).
La guerra mundial, por paradójico que parezca, sacó al mundo de la crisis. La destrucción causada por la guerra provocó una gran demanda de bienes y servicios. Al mismo tiempo, las políticas keynesianas inyectaron millones y millones de dólares en las economías de los países desbastadas por la guerra, a través del Plan Marshal. Se produjeron los llamados «milagros económicos europeos»: como el alemán, el italiano y comenzó a gestarse el japonés.
Las políticas keynesianas aplicadas por la burguesía de los países imperialistas buscaban salvaguardar al sistema capitalista.