El 15 de Mayo del presente año, el cuerpo de Negocios del diario La Tercera publicó en su espacio de Opinión un artículo titulado “Crecimiento económico en el gobierno del Presidente Lagos”, escrito por Raphael Bergoeing y Alexander Galetovic, ambos investigadores del Centro de Economía Aplicada (CEA) y el Centro de Estudios Públicos (CEP). En él, se sostiene que “En términos de crecimiento y brecha, el último quinquenio ha sido el peor desde que, a principios de los ochenta, Chile vivió su recesión más grande desde la Gran Depresión”. En realidad, el objetivo de los señores Bergoeing y Galetovic (B y G), es argumentar que entre los tan reconocidos logros hacia la política económica del Presidente Ricardo Lagos, en realidad “no se cuenta un crecimiento económico satisfactorio, mucho menos estelar”. Además, se critican ciertas voces oficialistas que atribuyen este rendimiento mediocre de la economía en Chile, a un rendimiento mediocre de la economía internacional.
Históricamente Chile no ha crecido a gran velocidad. Por ejemplo desde la Gran Depresión en los años treinta hasta 1985 el PIB per cápita chileno aumentó en promedio sólo un 1,1% por año. Pero, dentro de un período de aproximadamente diez años, entre 1986 y 1997, la economía chilena creció un 7,6% cada año; y Chile avanzó en sólo doce años, lo que normalmente tomaba más de sesenta según tasas históricas. Ahora, lamentablemente desde 1998 la tasa de crecimiento volvió a caer, y durante el gobierno del presidente Ricardo Lagos –que asumió su cargo en marzo del 2000- apenas ha crecido a un 4% cada año, y per cápita a sólo 2,7%.
La respuesta del ministro de Hacienda en la oportunidad, fue que Chile seguía haciéndolo tan bien como antes en éstas materias, pero que la economía mundial se había estancado –dos hechos muy notorios como la crisis asiática y el descalabro de Latinoamérica suponían que tenía razón-. B y G sostienen que -además de este falso postulado sobre la economía mundial- este supuesto crecimiento, en realidad es una campaña mediática del gobierno, que ha usado las tasas latinoamericanas en comparación, para hacer ver a la economía chilena positivamente.
Ahora bien si esto fuera cierto, se preguntan B y G si acaso no suena dudoso echarle la culpa a las condiciones externas cuando, el gobierno de Patricio Aylwin –con mayores índices de crecimiento- coincide con el peor crecimiento en la economía internacional. En realidad, durante el gobierno de Lagos, el mundo ha crecido lo mismo que durante el período “de Oro” (-2,8% cada año). Lo que cayó fue la brecha de crecimiento, desde 4,8 puntos más rápido que el mundo durante el período de oro, hasta apenas 1,2 puntos durante los últimos cinco años. De hecho, “en términos de crecimiento y brecha, el último quinquenio ha sido ha sido el peor desde que, a principios de los ochenta, Chile vivió su recesión más grande desde la Gran Depresión”.
Otra crítica a los dichos del ministro, es a su declaración a principios de abril < “Writing the next chapter in a Latin American success story”, The Economist, 2 al 8 de abril 2005>. que si Chile crece por diez años como se proyecta en los próximos tres (5,5% por año), nuestro ingreso per cápita será como el de Portugal o Grecia hoy. La realidad, dicen B Y G, “es que visto que la población crece más o menos 1,2% cada año, para saltar en diez años desde los US$5.800 per cápita de hoy hasta los US$16.400 que actualmente tiene Portugal, el PIB tendría que crecer 12% en promedio, algo que nunca ha ocurrido en toda nuestra historia”. El domingo 26 de junio del presente año, el ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, respondió a los dichos de los señores B y G, sosteniendo que los investigadores habían incurrido “en un error de causalidad, pues omitían el efecto de los flujos financieros internacionales.” El ministro Eyzaguirre argumentó en la ocasión que las economías emergentes –que llevan tal nombre, entre otras características en referencia a la alta dependencia que exhiben de las corrientes internacionales de capital- enfrentaban severos problemas ante condiciones financieras turbulentas. Por lo mismo, resultaba incorrecto comparar su crecimiento durante un período de fluidez financiera internacional, con otro mercado por turbulencias en este ámbito. Más tarde los señores B y G contrargumentaron las palabras de Eyzaguirre comparando el crecimiento chileno en los primeros cinco años del gobierno de Lagos con la expansión materializada en el mundo y en distintos grupos de países, mostrando que Chile había perdido velocidad relativa frente a todos ellos, con excepción de los nuevos países industriales del Asia. La clave, según el ministro, es la excepción asiática donde los investigadores no se detienen. Para analizar el crecimiento moderno de distintas naciones, Eyzaguirre distingue cuatro tipos de países: maduros, emergentes, rezagados (subdesarrollados no emergentes), y por último dos rezagados que “vienen embalados” (China e India). Los primeros pertenecen a economías consolidadas, como por ejemplo la UE; los segundos, aquellos que avanzan relativamente más rápido pero tienen dificultades para sobrellevar los ciclos económicos, por ejemplo, según Eyzaguirre, el caso chileno; los rezagados, que van más lento que los emergentes, y por lo mismo son capaces de sobrellevar mejor los cambios, por ejemplo Venezuela; y los últimos, que muestran un rápido avance como China e India, aunque dicho avance no se detiene en ciertos sectores. Los señores B y G comparan a Chile con economías maduras o por una mezcla de distintos tipos; Chile avanza linealmente (rectas) relativamente más que la media de los grupos definidos como emergentes, pero en la curvas (turbulencias financieras) los grupos maduros o mixtos, en promedio, se recuperan. Este patrón se ha repetido en el tiempo. Dos episodios de rectas con sus respectivas curvas se vislumbran en los últimos treinta años: las rectas entre los años 1976 a 1980, y entre 1986 a 1997; y las curvas entre 1981 a 1985, y entre 1998 al 2003 (ver anexo 22). En ambas rectas Chile creció a una media de 7,6%, “rebotando inicialmente en una recesión previa y terminando con el motor sobrecalentado, y aventajó nítidamente a las economía industriales... La lógica conclusión entonces no es que seamos más lentos, sino más bien que, teniendo problemas en las curvas, las hemos aprendido a tomar mejor.” De hecho, se observa nuevamente en el anexo que según proyecciones del FMI se retoma nuevamente la ventaja en la nueva recta 2004-2006. Si se hace un análisis adecuado, comparando a Chile sólo economías emergentes, “éstas marchaban algo más lento que nuestro país en el período 1976-1980, pero claramente más rápido que las economías avanzadas; su ventaja se anuló en la crisis de comienzos de los ochenta. En el fluido período 1986-1997 dichas economías volvieron a crecer más que las avanzadas –aunque también menos que Chile-, anulándose nuevamente su ventaja en el reciente período turbulento, lapso en que crecieron aún menos que nuestro país”. Eyzaguirre, eso si, es claro en las labores futuras. Nada de esto implica una actitud autocomplaciente. “El crecimiento de mediano y largo plazo dependerá de las reformas estructurales que seamos capaces de idear y de implementar. Pero entender las causas del menor crecimiento reciente es fundamental para no creer en el mito de que podemos hacer una revolución microeconómica al instante, que nos propulsará al 7%, si tan sólo tenemos la decisión política de hacerla”.