Cooperativas agrarias.
p. Roberto F. Bertossi
El reciente conflicto campo-gobierno -aún latente-, reveló ciertos distanciamientos o poca comunicación en determinados momentos entre el sector agrario y los otros sectores de la actividad económica productiva argentina; cierta debilidad institucional funcional y algunas reticencias en lo que supone conjugar el cooperativismo agrario y el desarrollo rural en una región mayoritariamente agraria como es la nuestra.
En el mundo esta no ha sido la tónica, y existen multitud de hechos y de datos que corroboran que en aquellos espacios en los que ha habido acercamiento y participación del sector cooperativo con un Grupo de Acción Local y Regional o, en nuestro caso, en un postergado Consejo Federal Agrario, son mayores las probabilidades para un imprescindible programa específico e integral de desarrollo agrario en el cual las cooperativas agrarias continuaran fecundando solidaria y proactivamente buena parte de los recursos disponibles como lo acredita su contribución secular y sustancial en el despertar y consolidación del sector agrario ya a partir del año 1898 cuando nacía la primera Cooperativa Argentina y de América del Sur: "El Progreso Agrícola de Pigüé", actualmente la más antigua de esta mitad del continente.
Sin perjuicio de ello y a la luz de la reciente crisis agraria, siempre se logra un desarrollo más armónico y más equilibrado, cuando se logra la confluencia del consenso, la equidad y una participación de todos y cada uno de los actores que operan en el territorio, públicos y privados.
Recientemente en Europa fue aprobado un Marco Nacional de Desarrollo Rural --documento que recoge las directrices y principios estratégicos del desarrollo rural proponiéndose visualizar el periodo 2008-2014-- y en la futura Ley, hoy todavía proyecto, de Desarrollo Agrícola Duradero del Medio Rural, se recogen numerosas medidas en las que se reconsideran e incentivan las empresas cooperativas agrarias, mencionándoseles expresamente en el texto, no porque sea un capricho ni generosidad del político o del legislador de turno, sino porque a nadie se le escapa la importancia y el papel que las cooperativas agrarias tienen en la ruralidad como la primera empresa local, como generadoras de empleo, asimilación tecnológica y de tecnociencia; protagonistas de mercados ampliados y estructuras de participación democrática, verdaderos motores de la economía local, regional y subcontinental; en muchos casos como consecuencia de lo anterior, arraigando población en los pueblos reurbanizando espacios rurales y revirtiendo éxodos rurales que sólo han pauperizando las periferias de grandes metrópolis incrementando una mala calidad de vida para todos.
A pesar de todo, existen importantes retos a los que hacer frente y que nos permiten imaginar un futuro mucho más prometedor. La etapa que tenemos por delante, 2008-2014, es posiblemente una excelente oportunidad para aprovechar no sólo eventuales `tormentas de ideas´ sino concretas posiciones y determinaciones como las europeas aludidos para dejar de mirarnos el ombligo y empezar a caminar juntos, mancomunados comenzando por fortalecer alianzas y asociativismos que nos hagan ser más productivos y competitivos usufructuando sin intermitencias ni estulticias nuestras enormes ventajas comparativas naturales y la global demanda de nuestros productos y frutos del campo.
Concomitantemente, sería sumamente provechoso darle mayor protagonismo en las cooperativas a las mujeres y a los jóvenes, incentivando su participación. Igualmente bueno seria que nuestras propias autenticas cooperativas empezasen a diversificar sus actividades, sumergiéndose en nuevos nichos de negocio o en algunos que existiendo todavía demandan una mayor presencia.
En las cooperativas regularmente, están representados la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de un determinado lugar, y por tanto el alma de la cooperativa también lo es del pueblo, de la región o del espacio circundante concreto en el que desarrolla su actividad.
En este sentido, si logramos que esta estructura asociativa alcance una dimensión adecuada, más desde el ámbito empresarial que social -sin descuidar la cultura cooperativa propia y específica- estaremos contribuyendo sin duda al repoblamiento de los espacios rurales, que debe ser, al fin y al cabo, uno de los pilares básicos de las nuevas políticas del desarrollo rural.
Por todas estas razones y con este reposicionamiento estratégico la dimensión cooperativa deberá tenerse muy en cuenta en los futuros programas de desarrollo rural, hasta el punto que en muchas economías regionales, por su condicionantes naturales, físicos y sociales, el cooperativismo es la única fórmula de abordar la modernización y la competitividad de las explotaciones agropecuarias, de lograr “escalas” generando mayor valor agregado con sus producciones agroalimentarias posibilitando así, de manera indirecta otras oportunidades empresariales que contribuyan a diversificar la economía local, alentar y energizar economías regionales, aliviar el gasto publico creando empleo genuino con desarrollos humanos concretos traducidos en una movilidad social y cultural ascendente.