Autor. Roberto F. Bertossi
Docente e Investigador Universitario, U.N.C.-Argentina
El progreso de los pueblos se degrada cuando la humanidad lleva prisa convencida irracionalmente que puede recrearse utilizando sólo los prodigios de la ciencia y la tecnología.
Si bien verificamos que la técnica simplifica la apropiación y transformación de los recursos naturales en usos y consumos útiles reduciendo riegos y ahorrando esfuerzos, verificamos también que los despliegues científico-tecnológicos han perjudicado substancialmente la dimensión humana y ecológica de la vida ya a partir de la primera revolución industrial
En efecto la ausencia de ética en la tecnociencia ha potenciado mentalidades con criterios exclusivos de eficiencia y lucro como valores supremos con gravísimas secuelas ecológicas, de miseria y desocupación excluyendo a millones de seres humanos del destino primario, equitativo y universal de todos los recursos naturales
La ciencia y la técnica son sólo aspectos objetivos del actuar humano, cuyo origen, predicado y razón de ser está en un elemento subjetivo personal infranqueable: `la oportunidad y posibilidad de trabajo decente, alimento, salud, educación y seguridad para todos´.
Por eso mismo la ciencia y la técnica son sólo eso. En realidad consisten en el fruto y la manifestación del hombre, en sus constantes aspiraciones de desarrollo. Así la ciencia y la técnica no son más que meros instrumentos que explican y predicen la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales e inmateriales, objetivo loable que no debería persistir en la prescindencia o subestimación de prácticas más fraternas, complementarias y cooperativas.
Obviamente esto nada tiene que ver con crecientes masificaciones donde cada persona pierde su matiz irrepetible, donde su aporte personal y creativo no interesa siendo más bien temido, desalentado, ignorado o destruido.
La humanidad padece una desigualdad ecológica, económica, financiera, científica y cultural de tal envergadura, que, en vez de generar integración y enriquecimiento humano mutuo, nos ha conducido a peligrosas fragmentaciones, exclusiones y diferencias dividiendo y enfrentando a los hombres entre sí con insolidaridad social e intergeneracional, privándonos injustamente de espacios de autorrealización.
En esa `fascinación del barro´, la economía ha dejado de ser una oportunidad y un servicio para el hombre, para todos los hombres clausurando criptográficamente su círculo sobre sí misma, quedando dentro de él pocos, demasiado pocos.
Los portentosos avances científicos tecnológicos nos vienen engañando con `paradigmas autosuficientes y ambiguos´. Estas novedades no escapan a la creatividad humana y por ende, deben estar prioritariamente al servicio de la libertad y bienestar de todas las personas ahí donde se encuentren pero jamás entenderse como resultados de libertades absolutas inexistentes e imposibles en una comunicad política en cuanto tal, absolutismos que al fin y al cabo se proponen con toda osadía e indolencia prescindir de los propios límites inherentes a todas las cosas desdeñando, impidiendo y sacrificando `el bien común´.
Reclamar la justificación e impregnación ética de la ciencia y la tecnología se relaciona con la propia, natural e inalienable evolución humana -cultural, económica y social-, impulsada desde la libertad moralmente responsable del `ser interior´ de los pueblos que siempre implica y se enriquece con su sociedad civil de singular protagonismo en todos los ámbitos vitales que la suman e involucran en su admirable plenitud.
Resulta entonces tan inaceptable como condenable todo desarrollo derivado de supuestas clarividencias científico y/o políticas en la medida que sacrifique la norma ética que nos impone a todos por igual humanizar la ciencia y la tecnología con máximo respeto por la dignidad de todas las personas; fundamento, sujeto y fin de la naturaleza, de todas las economías, de todos los progresos y adelantos para un presente y un futuro más `verdes´, esperanzadores, solidarios, inclusivos y pacíficos que nada tienen que ver con necedades y mezquindades globales como Vg., las de Kyoto o Copenhague que no se amedrentan ni siquiera ante los pavorosos signos humanos y naturales de los tiempos.