Manuel González Betancourt
La escuela estuvo desde sus inicios sometida a la tensión entre una necesidad de integración social y la adecuación a los requerimientos del desarrollo personal. En la actualidad el sistema educativo está fuertemente cuestionado porque las escuelas son ineficaces y el perfil del egresado no coincide con la imagen del ciudadano que la sociedad pretende que la escuela forme y con la calidad que exige el campo laboral moderno. De esta manera, la escuela pública es ineficiente, el trabajo de los docentes es cuestionado, y a la vez, sostener este sistema implica una carga económica para la sociedad en su conjunto.
El nacimiento de este problema lo debemos ubicar como consecuencia de la expansión de la matrícula. Los gobiernos y las personas han dado prioridad a la educación, como una política social tendiente a generalizar el acceso de toda la población a la misma. Se tiene la convicción de que esta es una manera de promover la unidad nacional y lograr justicia social. Así, de la demanda social con la política generada por los gobiernos se produce en este período la expansión de la matrícula.
El desarrollo industrial requiere de mayores recursos humanos para sostener el desarrollo económico, y se piensa en la educación como un pilar importante para el mismo, suponiendo que exista estrecha relación entre nivel educacional y desarrollo económico. A partir de este proyecto, el estado nacional se vie en la necesidad de realizar importantes inversiones, aumentando el gasto destinado a educación.
Asimismo el crecimiento de la matrícula implica un aumento en el número de docentes, en la inversión en construcciones escolares, en la producción de textos, en experimentar nuevos métodos de enseñanza-aprendizaje, entre los cuales predomina el método tradicional.
A pesar de la preocupación por aumentar la cantidad de la educación y el efectivo incremento de la matrícula, comienzan a aparecer altos índices de reprobación y deserción. Esta situación expone el problema de la calidad de la educación. Comienzan las interrogantes acerca de la real capacidad de los sistemas educativos para retener a los alumnos que accedían al mismo. Con esto podemos afirmar que la masificación del sistema educativo significó pérdida de su calidad.
De esta manera, la expansión de las décadas anteriores aseguró el acceso de la mayoría de los niños a la escuela pero no a la educación. Esta situación nos lleva a que el mejoramiento de la calidad constituya un campo problemático con necesidad de intervención.
Esta crisis comienza a denotar desequilibrios entre la oferta ofrecida por el sistema educativo y los requerimientos del mercado laboral. Esta década marca una disminución del crecimiento del gasto público en educación, cambiando los gobiernos las prioridades hacia otras áreas. A la vez el crecimiento de matrícula no fue acompañado por una expansión equiparable en equipamiento de las escuelas como material didáctico para uso de los docentes.
Asimismo en muchas oportunidades, dichos docentes carecen de la capacitación necesaria para el cargo que ocupan, con diferencias según la zona en la que se encuentre la escuela.
Por otro lado la pobreza, las desigualdades sociales, religiosas, geográficas, de género, etc., contribuyen a generar más participación o, en caso contrario, deserción del sistema educativo. Hay mayor acceso y transcurso por el sistema educativo de los niños de las familias más ricas que de las más pobres. A la inversa, se generan mayores índices de deserción y reprobación en este último sector. De esta manera vemos surgir el fenómeno de la segmentación que provocó la existencia de escuelas para ricos y de escuelas para pobres. Públicas y Privadas.
Independientemente de esto, los alumnos no adquieren las competencias necesarias para satisfacer demandas sociales y personales, sobre todo porque se empieza a ver el desajuste existente entre el mundo laboral y el mundo de la educación.
La escuela pierde capacidad socializadora, cuyas causas se deben tanto a factores internos como la masificación a la que venimos aludiendo, la pérdida de prestigio de los docentes y la rigidez del sistema educativo; hasta factores externos como el dinamismo y la rapidez actual en la creación de conocimientos y la aparición de los medios de comunicación de masas. Todos estos factores se expresan en el deterioro del maestro como agente socializador. La masificación de la escuela estuvo acompañada de un proceso de pérdida de significación social del aprendizaje que ella realiza.
Sin duda, todos queremos una sociedad educada, la pregunta es: ¿Educada para qué? ¿Para que sigan existiendo la desigualdad y la miseria? Nos parece que esa educación carece de calidad aunque pueda ser eficiente.
La desigualdad social existió siempre. Pero a donde hay que apuntar es a lograr que las clases sociales, y que las desfavorecidas especialmente, tomen conciencia del conflicto en el que están inmersas, y a partir de allí comprendan su realidad y encuentren alguna vía para el cambio. Apuntar a construir sujetos críticos, que puedan dar cuenta de lo que son y así elegir. Dentro de este marco, no sólo los alumnos sino también los docentes deben ser críticos. Para ello la política educativa deberá tener en cuenta las perspectivas sociales, pedagógicas, culturales y económicas, mediante una asignación de recursos coherente con las necesidades y equitativa en los distintos niveles.
Para esto se debe asegurar un seguimiento del proceso que permita rediseñarlo y retroalimentarlo. Poder investigar las variables que se asocian a los rendimientos obtenidos (de orden contextual, institucional, etc.), esta información es indispensable para tomar decisiones de política educativa y producir transformaciones en el ámbito de la gestión.