Introducción
Los economistas [desafortunadamente]… no pueden llevar a cabo los experimentos controlados de los químicos o biólogos… Como los astrónomos o los meteorólogos, generalmente deben contentarse en gran medida con observar. (Samuelson y Nordhaus, 1985, p. 8)(1)
Las palabras aquí citadas de Samuelson y Nordhaus hacen referencia a una antigua y ampliamente compartida visión acerca de que algunas disciplinas son inherentemente experimentales, pero otras (incluyendo a la economía) no lo son. Desde hacía mucho tiempo, se concebía que la economía debía apoyarse en las observaciones del mundo real más que en aquellas derivadas de experimentos de laboratorio. Sin embargo, la historia y el camino recorrido por muchas otras ciencias no han sido amables con este punto de vista. En los días de Aristóteles, inclusive la física era considerada una disciplina no-experimental. Hace aproximadamente 400 años, personajes innovadores como Bacon y Galileo establecieron una tradición basada en los experimentos controlados de laboratorio, mayormente en la física. Inclusive la psicología, cuyo objeto de estudio puede parecer menos accesible para los estudios de laboratorio, ha desarrollado una tradición experimental distintiva a lo largo del último siglo.
La historia sugiere que una disciplina se vuelve experimental cuando quienes innovan desarrollan técnicas para conducir experimentos relevantes. El proceso puede ser contagioso cuando avances en técnicas experimentales en una disciplina inspiran avances en otras materias. Sin embargo, cada disciplina debe innovar a su propia manera. Inclusive las disciplinas estrechamente relacionadas difieren en sus focos intelectuales, por lo que la transferencia al por mayor de técnicas experimentales a través de las fronteras interdisciplinarias es raramente posible.
Ha llevado un largo tiempo, pero la economía se ha convertido finalmente en una ciencia experimental. Muchos economistas han escuchado, en las últimas tres décadas, sobre la obra experimental de Vernon Smith, Charles Plott, Reinhard Selten, entre otros. (De hecho, en posteriores ediciones de su texto, Nordhaus y Samuelson quitaron la observación que hemos citado al inicio). Los experimentos son ahora algo recurrente en los estudios de la organización industrial, la teoría de juegos, las finanzas, la decisión pública y muchos otros tópicos de la microeconomía.
Aún cuando el método así como la sustancia de la economía experimental son nuevos en algunos aspectos en el último tiempo los descubrimientos sustanciales de esta disciplina han sido examinados por expertos en varias ocasiones y los resultados han sido publicados en las más prestigiosas revistas de economía, logrando poco a poco una aceptación general.
El surgimiento de la economía experimental como una nueva línea metodológica de la economía repercute mayormente en la manera en la que se obtienen los datos económicamente relevantes. Kuhn (1970) y Lakatos (1978) discutieron sobre cómo los datos y la teoría interactúan a través del tiempo. La alternación de la teoría y el trabajo empírico, uno refinando el otro, es el motor del progreso en la ciencia, y la economía no es la excepción. Tradicionalmente, las observaciones de los fenómenos económicos que se dan naturalmente eran la única fuente de datos para estimular la revisión de la teoría. Si los datos relevantes para una concepción económica no podían ser capturados a partir de la ocurrencia natural de los hechos, entonces dicha concepción no podía gozar de la ventaja del refinamiento empírico. Es aquí donde se destaca la importancia de esta nueva disciplina metodológica.
En años recientes, los métodos experimentales han dado acceso a los economistas a nuevas fuentes de datos y han ampliado el conjunto de conceptos económicos sobre los cuales los datos pueden ser aplicados. De esta manera, los nuevos datos motivan extensiones en la teoría, la nueva teoría puede ser confrontada con nuevas observaciones de laboratorio o de campo, y esta confrontación lleva a avances y refinamientos de la ciencia a lo largo del tiempo.
Breve referencia histórica
Por más que encuentre antiguos antecedentes, la economía experimental como línea de investigación es relativamente nueva, habiéndose originado casi contemporáneamente junto con la teoría de juegos. De hecho, mucho de los primeros economistas experimentales son reconocidos principalmente como distinguidos teóricos de juegos, y se iniciaron en la experimentación dada la oportunidad de poder testear las predicciones de las teorías que los experimentos brindan, y observar comportamientos no predichos en ambientes controlados. A partir de la década de 1930, la literatura experimental ha mostrado un crecimiento exponencial.
En 1931 L. L. Thurstone llevó a cabo uno de los primeros experimentos económicos de laboratorio. Su objeto de estudio era la decisión individual y su objetivo, determinar a través del experimento las curvas de indiferencia de los participantes. Con este fin, Thurstone le pidió a cada uno de los participantes que hiciera un gran número de decisiones hipotéticas entre distintas combinaciones de sombreros, zapatos y abrigos. Luego de recavar los datos y, a través de ellos, estimar las Tasas Marginales de Sustitución de los individuos entre sombreros y zapatos y entre sombreros y abrigos, estimó las curvas de indiferencia entre zapatos y abrigos que, para su sorpresa, concordaban en gran medida con los datos que había obtenido a partir de las preguntas iniciales.
Sin embargo, el trabajo de Thurstone fue rápidamente criticado por W. Allen Wallis y Milton Friedman (1942). Sus palabras fueron las siguientes:
“Es cuestionable si un sujeto en una situación tan artificial como lo es un experimento pudiera saber qué decisiones hubiera tomado en una situación económica [real]. Para que un experimento sea satisfactorio es esencial que el sujeto reaccione de manera verdadera a estímulos verdaderos(2) … Cuestionarios basados en respuestas hipotéticas a estímulos hipotéticos no satisfacen estos requisitos. Las respuestas no tienen valor alguno dado que el sujeto no puede saber cómo hubiera reaccionado [verdaderamente]”.
Las predicciones de la Teoría de la Utilidad Esperada, formulada por von Neumann y Morgenstern en 1944, fue una de las primeras materias de estudio en llamar fuertemente la atención de los experimentalistas interesados en la decisión individual. En 1951, Mosteller y Nogee, luego de una serie de experimentos llevados a cabo para testear el poder de predicción de esta teoría, concluyeron que era posible construir experimentalmente funciones de utilidad de los sujetos y que las predicciones derivadas de estas funciones, si bien no fueron tan buenas como ellos lo hubieran esperado, tenían una dirección general correcta.
El primer juego en ser testeado de forma experimental fue el “Dilema del Prisionero” (Flood, 1952), ante cuyos resultados el propio Nash se sintió decepcionado pues mostraban que su concepto de equilibrio no explicaba las decisiones de un gran número de los sujetos. En la conferencia de la RAND Coorporation de 1952, que reunió a los teóricos de juegos más destacados de la época, éstos se mostraron desilusionados con los resultados de los experimentos realizados hasta entonces. Sin embargo, en cualquier caso, esta desilusión fue enriquecedora pues se tradujo en la mejora en el diseño de los experimentos y en la creación de nuevas teorías.
La economía como una ciencia experimental
La capacidad de una disciplina de volverse experimental no es inherente a la disciplina misma, sino que depende del estado de la teoría subyacente. Los paradigmas que gobernaban a la ciencia económica hasta la década de 1960 no daban lugar a experimentos de laboratorio. Para entonces, la microeconomía y la macroeconomía estaban agudamente separadas la una de la otra. La macroeconomía no podrá convertirse fácilmente en una ciencia experimental (en caso de que lo haga algún día). Sería política y éticamente incorrecto llevar a cabo experimentos que manipulen las políticas fiscales y monetarias de un gobierno con el objetivo de recavar información para poner a prueba una teoría macroeconómica. Es por esto que no es sorprendente que Paul Samuelson, Milton Friedman, y muchos otros economistas de mitad de siglo concibieran a la economía como inherentemente no-experimental.
Sin embargo, estos argumentos no son válidos para el caso de la microeconomía. Entre las ciencias sociales, la microeconomía ha logrado un grado extraordinario de coherencia y poder debido a su voluntad de abstraerse de la realidad y utilizar de las matemáticas las técnicas de optimización y el concepto de equilibrio. Es así que los representantes de las principales corrientes económicas no estaban interesados en testear si los seres humanos realmente maximizan su sutilidad o si las firmas maximizan sus beneficios, ya que la lógica de las matemáticas era un fundamento suficientemente fuerte. Es virtualmente imposible asegurar que los supuestos abstractos de las teorías económicas de optimización y equilibrio se resuelvan en el laboratorio, por lo que resultó sencillo para los microeconomistas ignorar, e inclusive rechazar, la posibilidad de que los experimentos de laboratorio pudieran contribuir provechosamente a la disciplina. Su opinión era que de una proposición científica de tipo “si p entones q”, el laboratorio y los experimentos no podrían respetar el “si p”, debido a que incluye una cantidad de variables que no son observables en el laboratorio.
Desde este punto de vista, la economía experimental llegó a ser viable y aceptada debido a que los cambios en los paradigmas regidores de la microeconomía a partir de 1960 crearon puertas para experimentos significativos. Vernon Smith relata su propia experiencia en cuanto al tema en cuestión de la siguiente manera:
“Las ciencias se hallan mucho más cerca de la observación rigurosa que la economía. Los datos utilizados por los economistas no suelen recogerse con intenciones científicas, mientras que con paciencia, son los propios científicos quienes recopilan los datos. No me di cuenta de todas estas cosas cuando empecé, y eso fue lo que me llevó a los experimentos: la insatisfacción con el proceso de observación en la Economía. La economía experimental no habrá logrado nada a la altura de su potencial hasta que no consiga que los economistas y los teóricos cambien su manera de pensar en estos problemas.”
Propósitos de los experimentos
Alvin E. Roth (1987) propone clasificar a los experimentos según el motivo por el cual fueron llevados a cabo y a quién (o a quienes) pretenden persuadir. Según el autor, existen (o deberían existir) tres tipos de categorías.
A la primera la llama “Hablando a los teóricos”. Esta categoría hace referencia a los experimentos que son parte de un diálogo entre experimentalistas y teóricos. Dichos experimentos son diseñados para poner a prueba las predicciones de las teorías económicas comúnmente aceptadas y para observar regularidades no predichas por esas teorías. Dado que, por un lado, existen áreas económicas de estudio en las que una amplia gama de teorías ofrecen explicaciones y predicciones distintas acerca de los acontecimientos y, por el otro, existen áreas económicas de estudio en las que sola una teoría realiza predicciones, se pueden llevar a cabo estudios de laboratorio para discriminar entre las distintas teorías –para el primer caso- o testear si la única teoría vigente en el campo es sustancialmente válida –para el segundo caso-.
La segunda categoría es “Buscando hechos”. El profesor Smith se refiere a estos experimentos con el nombre de heurísticos. Los experimentos que pertenecen a esta categoría son aquellos en los que se estudian los efectos de ciertas variables sobre las cuales la teoría tiene poco que decir o no ha dicho mucho hasta ese momento; forman parte del diálogo que los experimentalistas tienen entre ellos. Si los datos observados y las conclusiones de un experimento que se lleva a cabo reiteradas veces se van repitiendo, según Roth se puede empezar a hablar de “Buscar un significado” y se pueden llevar a cabo, con este objetivo, experimentos que Smith llama nomotéticos.
A la última categoría el autor la denomina “Susurrando en los oídos de los príncipes” y hace referencia a aquellos experimentos que son llevados a cabo para generar datos que podrían influenciar una decisión en particular. Son parte del diálogo entre experimentalistas y funcionarios públicos, y su característica principal es que la “puesta en escena” dentro del laboratorio es diseñada para asemejar lo máximo posible al ambiente natural que interesa a quienes quieren llevar a cabo una política en particular. Sin embargo, influenciar a las autoridades no es el único propósito de los experimentos. Innumerables experimentos de campo han sido conducidos para proveer datos sobre la mejor manera de influenciar las decisiones de consumidores, votantes, etc. como, por ejemplo, se hace durante las campañas políticas en Estados Unidos desde 1988.
Elementos. Los ingredientes de un experimento
Cada experimento de laboratorio es definido por un environment, que especifica las dotaciones iniciales, preferencias y costos que motivan el intercambio. Este environment es controlado utilizando pagos monetarios para inducir en los sujetos del experimento la configuración específica de valores/costos que se desea. Un experimento también utiliza una institución que define el lenguaje, la reglas bajo las cuales los mensajes y las acciones se convierten en contratos y resultados. Esta institución es definida por las instrucciones del experimento que describen los mensajes y los procedimientos. Finalmente, el comportamiento observado de los participantes en el experimento –el fin último de la razón de los experimentos- se toma como una función del environment y la institución, es decir, de variables controladas.
Teoría del valor inducido
La idea principal en la teoría del valor inducido (Smith, 1976) es que el uso apropiado de un premio permite al individuo que lleva a cabo el experimento inducir características predefinidas en los sujetos del experimento, y así sus características innatas –las cuales no interesan para los fines del estudio- se vuelven irrelevantes.
Existen cuatro condiciones para poder inducir satisfactoriamente las características deseadas en los agentes.
Monotonicidad. Los sujetos deben preferir más recompensa a menos, y no deben alcanzar un estado de saciedad. Formalmente, si V (r, z) representa las preferencias inobservables del sujeto sobre las recompensas (r) y todas las demás variables (z), entonces la condición de monotonicidad implica que la derivada parcial de V respecto a r existe y es positiva para cada posible par (r, z). Esta condición parecería ser fácil de satisfacer si la recompensa es monetaria. De hecho, el uso de pagos monetarios como incentivos es el más extendido entre los experimentalistas. Sin embargo, incluso utilizando incentivos monetarios, Loewenstein (1999) advierte que “los sujetos pueden verse motivados de forma importante por otros objetivos que no sean la maximización de beneficios. Entre estos motivos se encuentran el deseo de comportarse de cierta forma, el cumplir con ciertas expectativas del experimentalista, dar la impresión de ser listo, buena persona, un ganador…”. Es decir, pueden existir otros móviles sobre los cuales el experimentalista no pueda ejercer el control deseado.
Relevancia. La recompensa recibida por los sujetos debe depender de sus acciones (y de la de los otros agentes) según reglas que conozca y pueda comprender. La relación entre las acciones y las recompensas definen la institución económica que se estudia en el laboratorio (por ejemplo, un determinado tipo de mercado).
Acerca de este punto, Ken Binmore (1999) argumenta que se debería esperar que la teoría económica prediga el comportamiento en el laboratorio sólo si los problemas presentados a los participantes son razonablemente simples y enmarcados en una manera comprensible, y si hay incentivos adecuados y suficiente tiempo para que los sujetos puedan aprender de la experiencia y ajustar el comportamiento acorde a lo aprendido.
Dominación. Los cambios en la utilidad de los sujetos a partir del experimento se deriva de la recompensa y otras posibles influencias deben ser insignificantes. Esta condición es la más problemática dado que las preferencias V y “todo lo demás” z no son observables para el experimentor. La dominación se vuelve más plausible si los premios relevantes se incrementan y si los componentes más obvios de z permanecen constantes.
Privacidad. Este precepto es utilizado para ejercer control sobre la utilidad interpersonal. La gente real puede experimentar utilidades negativas o positivas acerca de los pagos de los otros, y esto podría atentar contra el control que se pretende tener sobre las preferencias y los costos de los participantes.
Cuando estas cuatro condiciones se satisfacen, el experimentor logra satisfactoriamente el control sobre las características de los agentes. En la medida en que el experimentalista explique claramente las reglas del juego a los agentes (relevancia), y los agentes se vean motivados por las recompensas (monotonicidad) y no por otras influencias (dominación), entonces el experimentor puede controlar las características de los sujetos para poder poner en práctica en el laboratorio lo que se haya decidido probar.
Del mundo real hacia el laboratorio: la teoría y los experimentos
Intentar refutar ciertas teorías económicas desde el laboratorio es un tema controversial. Este “conflicto” estuvo presente de manera indirecta en la batalla intelectual que tuvieron alguna vez Milton Friedman y Paul Samuelson acerca de la importancia de la validez de los supuestos de un modelo. Metodológicamente, Samuelson calificó la posición de Friedman, acerca de la irrelevancia de los supuestos detrás de las teorías, como el "sesgo F" y "como una perversión monstruosa de la ciencia", al considerar que una teoría es mejor entre más limitados sean sus supuestos. Samuelson apuntaba a la invalidez empírica de teoremas deducidos de hipótesis en "contra de los hechos".
Esto se relaciona con la economía experimental en el sentido que al llevar a cabo experimentos, lo que se pretende testear la mayoría de las veces es el poder de predicción de cierta teoría, por lo que se respetan los supuestos de dicha teoría, por más “inverosímiles” que éstos puedan parecer. Desde un punto de vista formal, una teoría consiste en una serie de axiomas o supuestos y definiciones, junto con las conclusiones que lógicamente se derivan de ellos. Una teoría es formalmente válida si es internamente consistente - esto es, si no lleva a proposiciones que se contradicen entre ellas – y si las conclusiones son demostrables a partir de los supuestos. ¿Qué se puede aprender sobre las teorías a través de los experimentos? Algunos experimentalistas (incluyendo muchos psicólogos) conciben al dato experimental como un medio para poner a prueba la validez descriptiva de los supuestos sobre el comportamiento humano sobre los que se basa la teoría. Otros (incluyendo muchos economistas) concederían fácilmente que los supuestos sobre el comportamiento humano de muchas teorías económicas no necesitan resolver el criterio descriptivo de validez utilizado en la psicología. En vez de esto ellos creen que una teoría es de directo interés práctico únicamente si sus conclusiones proveen una buena aproximación aún cuando sus supuestos no sean precisamente satisfechos.
¿Qué es lo que se puede testear de una teoría? Al testear una teoría, los economistas comparan los resultados obtenidos con las predicciones de la teoría. Según Smith, en cualquier confrontación entre teoría y observación la teoría puede funcionar o no. Cuando la teoría funciona se vuelve creíble en proporción a su poder de predicción, en lugar de ser sólo “respetable” en proporción a su elegancia interna. Si la teoría pasa la prueba, esto se puede deber a que todos los elementos de la teoría son “correctos”, o a que los elementos “incorrectos” tienen efectos compensatorios que no pudieron ser identificados por la prueba. Si la teoría falla, el economista no puede saber cuál de los elementos es el responsable del resultado de falsificación. Es por esto que cuando las observaciones de un experimento fallan en confirmar las implicaciones de la teoría, la primera cosa que hay que hacer es reexaminar el diseño del experimento para estar seguro de que la falla en la predicción se debe a la teoría.
Del laboratorio hacia el mundo real: los problemas de validez
Muchos economistas cuestionan la validez externa de los resultados de los experimentos y en cierta manera sienten que esos resultados no representan al mundo real. La lógica deductiva no provee las bases para rechazar tal escepticismo. El principio general de la inducción es que las regularidades del comportamiento persisten mientras las condiciones fundamentales permanezcan sustancialmente inalteradas. La teoría sugiere qué es “relevante” y qué es un cambio “sustancial”, pero el principio en sí es un supuesto, no una proposición deducible.
Ante esta crítica Charles Plott argumenta:
“El arte de presentar preguntas se basa en la habilidad de realizar estudios de casos simples especiales relevantes para entender lo complejo. Los modelos y las teorías generales por definición se aplican a todos los casos especiales. Por lo tanto, los modelos y las teorías generales deberían funcionar en los casos de mercados de laboratorio. Si el modelo falla en capturar lo que se observa en casos especiales, estos pueden ser modificados o rechazados a la luz de la experiencia. La relevancia de los métodos experimentales es de tal modo establecida.”
En el mismo artículo, Plott trata sobre temas generales respecto a la validez externa como sigue:
“Mientras los procesos de laboratorio son simples en comparación con los procesos que ocurren de manera natural, son verdaderos procesos en el sentido de que gente real participa por beneficios reales y sustanciales y sigue reglas reales para obtenerlos. Es precisamente porque son reales que son interesantes.”
Los experimentos son, por lo general, muy simples en relación a los fenómenos económicos que ocurren de manera natural. Esta simplicidad es, a la vez, su fortaleza y su debilidad. La fortaleza se deriva del hecho que la simplicidad permite una clara visión de los comportamientos. La debilidad, por su lado, se deriva del hecho que cada número finito de experimentos deja sin examinar una infinitud de casos que quedan sin explorar. Es aquí donde la teoría provee la fortaleza que le faltan al método experimental y que, como se ha dicho anteriormente, entra en juego el enriquecimiento mutuo y simbiótico entre la teoría y los datos.
Resultados
En esta sección haremos referencia a los resultados más importantes que la economía experimental ha logrado desde sus inicios.
Toería de la Utilidad Esperada. Starmer señala que hay una gran cantidad de evidencia derivada de los experimentos económicos de laboratorio que muestra que todos los supuestos básicos de la Teoría de la Utilidad Esperada son propensos a ser sustancial y sistemáticamente violados, aún bajo condiciones aparentemente favorables. Dichos descubrimientos han estimulado una gran cantidad de modelos alternativos que pretenden explicar dichos patrones observados de comportamiento. Estos nuevos modelos fueron también sujetos a pruebas para testear su poder de predicción pero todos, algunos en menor grado que otros, logran explicar solo una cantidad reducida de los resultados de los experimentos. Por lo tanto, mientras la Teoría de la Utilidad Esperada parece claramente ser falsa en cuanto a sus predicciones, todavía no se han encontrado modelos que parezcan capaces de organizar más que una pequeña fracción de los datos.
¿Cómo valoran los individuos el bienestar de otros individuos? Uno de los supuestos fundamentales de la Teoría de Juegos es que los individuos toman sus decisiones estratégicas con el fin de maximizar su bienestar, representada por una función de utilidad. Sin embargo, la Teoría nada dice sobre qué es lo que otorga “utilidad” a los individuos. En particular, un tema recurrente es si el nivel de bienestar de otros individuos influye en nuestro propio nivel de bienestar.
Existen dos juegos llevados al campo de los experimentos en los cuales la teoría ortodoxa parece tener poco más que nulo poder de predicción. El primero es el “Juego del Dictador” donde un único individuo debe decidir cómo repartir una cantidad entre él y otro individuo. Un individuo cuyo bienestar dependiera únicamente de sus propios pagos monetarios se quedaría con toda la cantidad. Los resultados de múltiples experimentos con este juego muestran cómo una proporción no despreciable de sujetos otorga una cantidad significativa, en algunos casos cercana a la media, a los otros individuos, aún en condiciones que controlan estrictamente el anonimato entre los sujetos y con respecto al experimentalista.
El otro caso es el del “Juego del Ultimátum” el cual permite reproducir la situación anterior añadiendo una segunda etapa en la que el individuo receptor puede decidir si acepta o no el reparto propuesto. En caso de rechazo, ninguno de los individuos recibe ningún pago. Aunque este juego amplía el número de posibles razones por las que el individuo que decide cómo repartir puede ofrecer cantidades positivas, puesto que ahora podría hacerlo tanto porque valora el bienestar del otro como porque intente evitar que su propuesta sea rechazada, la observación de las decisiones del receptor son también interesantes. En particular, las decisiones del receptor nos permiten estudiar si las preferencias individuales dependen no únicamente de las distribuciones de pagos, en cuyo caso debería aceptarse cualquier reparto que otorgue al receptor un pago positivo, sino de cómo se llega a dicha distribución. Por ejemplo, un receptor puede rechazar una cantidad positiva pequeña, renunciando él mismo a obtener ningún pago, como castigo a que el otro individuo haya pretendido llevarse una proporción mayor.
Estos resultados han llevado a la creación de diversos modelos teóricos en los que los pagos de los demás o las intenciones señaladas por las decisiones de otros son un argumento en la función de utilidad propia. A su vez, se han realizado nuevos experimentos para comprobar cuál de estos modelos explica mejor un mayor número de experimentos. Además los resultados muestran que la importancia de los motivos incluidos en estas preferencias difiere dependiendo de las instituciones, la cultura, el individuo, etc., por lo que los experimentos en esta área han contribuido a abrir el camino a áreas como la Economía del Comportamiento.
La Hipótesis de Hayek. Vernon Smith (1962) reportó un conjunto de experimentos de simples mercados de laboratorio. Utilizó como sujetos de los experimento a varias docenas de estudiantes de grado que separó en compradores y vendedores, a quienes asignó valores y costos privados acerca de los bienes en cuestión. La institución que utilizó en su experimento fue la de Subasta Doble en la cual compradores y vendedores llevan a cabo transacciones haciendo (y aceptando) ofertas (y pedidos). Smith encontró que los precios de transacción convergían rápidamente a los valores del equilibrio competitivo predichos por la teoría económica. Llamó a su descubrimiento “la Hipótesis de Hayek”. Según Friedrich von Hayek “el factor más significativo de este sistema de precios es la economía de la información con la que opera, o cuán pequeña tiene que ser la información individual [acerca de las situaciones del mercado] para que los individuos puedan tomar la acción correcta.” Los resultados obtenidos por Smith demuestran que Hayek tenía razón y que el supuesto económico ortodoxo de que los participantes de un mercado deben tener completa y perfecta información para lograr el equilibrio competitivo (el eficiente) no es del todo correcto.
Conclusiones
A partir de la década de 1930, y adquiriendo una mayor vitalidad promediando el siglo XX, la economía como ciencia ha sufrido importantes cambios en cuanto a su línea metodológica. Estos cambios se deben a la incorporación de experimentos de laboratorio como una herramienta en el análisis económico empírico. Esta nueva metodología, extremadamente radical para ese entonces y sistemáticamente criticada por la corrientes económicas ortodoxas, fue convirtiéndose en una disciplina conocida como “economía experimental”. Desde entonces, sus aportes han sido fundamentales para la ciencia económica –para la microeconomía en particular-, brindando nuevas maneras y herramientas para la recolección de datos económicamente relevantes, sin tener que esperar los acontecimientos naturales de los fenómenos económicos. A su vez, ha otorgado a la economía el motor de toda ciencia, esto es, la posibilidad del enriquecimiento mutuo y simbiótico entre la teoría y los datos.
Si bien el camino recorrido por la economía experimental no fue del todo sencillo, teniéndose que enfrentar una y otra vez con los ataques provenientes de las corrientes económicas dominantes, las cuales concebían a la economía como una ciencia inherentemente no-experimental, hoy por hoy la disciplina goza de un status respetado y aceptado por la mayoría de los economistas. A fines de 2002, la aceptación se hizo oficial cuando la Real Academia Sueca de Ciencias, a través del Banco de Suecia, otorgó a Vernon Lomax Smith el Premio Nobel de Economía “por haber establecido a los experimentos de laboratorio como una herramienta en el análisis económico empírico, especialmente en el estudio de mecanismos alternativos de mercado”.
Gracias a la economía experimental y a los trabajos pioneros de profesionales como Smith, Plott y Selten, entre otros, las investigaciones en economía han tomado una nueva dirección.
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(1) La traducción es mía.
(2) La cursiva es mía.