En cierto contraste con lo ocurrido en los ochenta, el proceso de ajuste de los años noventa involucró a un número menor de países, fue menos intenso, y se benefició de cargas impositivas más generalizadas, las que a su vez fueron posible establecer como producto de la reactivación económica de la última década del siglo XX. Además es importante mencionar que la superación relativa de los déficit fiscales de los gobiernos se logró por reducciones adicionales en los gastos públicos, los cuales ya habían sido significativamente disminuidos durante los ochenta.
La región latinoamericana en su conjunto mostró condiciones económicas durante los noventa que, hasta cierto punto, contrastaron con las que se hicieron presente en los ochenta. La producción total de la región se incrementó 3.6 por ciento en la primera parte de la década y la demanda doméstica creció en 4.4 por ciento, en tanto que la inversión ascendió a más de 8 por ciento y las exportaciones tendieron a incrementarse de manera permanente, todo ello a pesar de que las importaciones se comportaron con menores tasas de crecimiento. En el curso de los procesos de ajuste de los ochenta y durante la recuperación macroeconómica que han seguido en los noventa, existen diferencias entre países. Estas se fundamentan, entre otras causas, en la situación inicial y desarrollada que las diferentes naciones tenían sobre la deuda, sus desbalances en el comercio, los cambios en los términos de intercambio del comercio exterior, los montos financieros que recibieron durante el ajuste, así como el tamaño del sector público y sus déficit.
Ya para 1995, los países en los cuales el crecimiento de la producción tenía una más prolongada expansión eran Colombia (12 años) y Guatemala (9 años) consecutivos. El promedio del aumento anual en términos de producción por persona durante este ciclo ha sido alto en Chile (4.5 por ciento), hasta cierto punto en Colombia (2.6 por ciento), y menos en Guatemala (0.9 por ciento).
Respecto a la producción per capita en el período 1980-95, los países latinoamericanos mostraron diferencias entre ellos. En 1995 este indicador fue superior a los niveles de 1980 en nueve países (Colombia, Chile, Costa Rica, Panamá, Argentina, Perú, Bolivia, El Salvador y Venezuela). Estas naciones se mantuvieron relativamente cerca de alcanzar sus propias fronteras de producción dada la tecnología y el acceso a los recursos productivos imperante. En contraste, la producción per capita cayó significativamente desde 1981 en Haití y desde 1984 en Nicaragua. Esta tendencia esperanzadora pareció haberse interrumpido en 1995, pero para fines de la década los problemas del petróleo son nuevamente un impedimento importante.
Las condiciones económicas regionales han influenciado significativamente las inversiones. De 1991 a 1995, solamente Chile, Costa Rica y El Salvador tenían coeficientes de inversión fija que se aproximaban a los valores que este indicador había tenido en el período 1978-81. Por otra parte, las inversiones en Brasil, Ecuador y Venezuela tenían niveles menores que los observados antes de la crisis. Al respecto, un cambio positivo en los niveles de inversión se ha observado durante los noventa. Este ha sido producto y es también factor de la estabilización relativa que se ha logrado, lo que resulta alentador porque, como se sabe, los niveles de inversión son una de las variables más importantes para asegurar la continuidad de un proceso de estabilización en el largo plazo. Esta estabilidad fue puesta a prueba no sólo con el impacto del "efecto tequila", producto de la devaluación del peso mexicano de diciembre de 1994, sino también en la contención que la región hizo de la crisis financiera originada en el sudeste asiático en el verano de 1997.
Respecto a la inflación, luego de experimentar valores muy altos después de la crisis de 1982, muchos países lograron controlar la galopante alza de precios en los productos a finales de los ochenta y en la década de los noventa. Para mediados de esta última década, no obstante, Venezuela y Brasil aún tenían problemas para controlar su inflación, la cual volvió a tener un rebrote importante en Ecuador a partir de 1996. En esta última nación se adoptó el 9 de septiembre de 2000 el dólar como moneda de circulación nacional en substitución del sucre, como medida extrema para alcanzar la estabilidad económica.
Los aspectos macroeconómicos repercutieron en el ámbito social en cuanto a inequidad, desempleo y pobreza. El grado de inequidad en términos de los mercados laborales ha tendido a disminuir con la recuperación económica en solo dos países - Colombia y Uruguay - y esto ha sido una condición solamente en la primera parte de la década. Las circunstancias han vuelto a empeorar en el año 2000. Especialmente grave para la región es la iniciativa del Plan Colombia, con su componente armamentista y de seguridad, con la inestabilidad económica que puede traer no sólo para Colombia sino también para los países vecinos.
Respecto a las condiciones de pobreza, las tendencias varían aún cuando la tendencia general es a un alza generalizada de los niveles que se tenían en los sesenta y los setenta, incremento que de momento parece estabilizarse en algunos casos. Varias economías no han demostrado aún que su crecimiento puede aliviar en valores significativos este problema, dentro de las condiciones de concentración de acceso a los recursos productivos que prevalecen en el área. Algunos países en donde las proporciones de la pobreza se han tendido a estabilizar son Chile, México (hasta antes de las crisis de 1994) y Uruguay. De ellos, sólo Chile y Uruguay han demostrado que para 1999 mantenían niveles de pobreza relativamente menores que los existentes en las condiciones pre-crisis. Las causas para una mejora respecto a los niveles de pobreza no sólo son las de aumentos en la producción, sino también las de mejora en los mecanismos de distribución de la riqueza, de empleo y de aumentos en las tasas de ahorros internos de los países.
Durante los noventa los países latinoamericanos comenzaron nuevamente a recibir flujos financieros externos. Entre 1993 y 1997 estos recursos fueron factores decisivos para que la región cubriera al menos parcialmente los déficit en la balanza comercial y de cuenta corriente. Todo ello aún considerando que esos déficit se presentaban muy marcadamente en 1992. En ese año, el déficit comercial ¡se registró debido a que las importaciones duplicaron el valor de las exportaciones, y el déficit de la cuenta corriente llegó a ser de 5 por ciento en nueve países: Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay y Perú. En algunos casos, posteriormente, el ingreso de capitales tendería a compensar estos números.
Dentro de este escenario macroeconómico fue evidente que las políticas de promoción de exportaciones estaban impactando ya las condiciones de la región. Entre 1970 y 1990, el volumen de exportaciones de América Latina y el Caribe se expandió sostenidamente a una tasa promedio de 6 por ciento. Este aumento fue mayor que el observado en la producción total regional durante los setenta, y obviamente mayor que en los años críticos de los ochenta. En términos del poder paritario de compra, sin embargo, los beneficios del mayor esfuerzo exportador se vieron limitados por la disminución en los términos de intercambio del mercado internacional. El comercio mundial tendió a acelerarse desde mediados de los ochenta dándole con ello impulso a las exportaciones regionales. En varios casos este mayor dinamismo del comercio internacional se hizo evidente con mayor significado durante los noventa, especialmente en los casos de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Perú y Venezuela. En estas naciones afectaban las políticas de liberalización comercial que se habían implementado.
En muchos casos la tendencia a la baja en los precios de las exportaciones mayoritarias de la región constituyó un freno importante a los beneficios de reactivación económica y de generación de empleo a los niveles que se esperaban de los planes de ajuste. De 1990 a 1998, solamente los precios de bananos y de zinc tenían mayor valor que los registrados en 1980 tomando en cuenta valores monetarios constantes. No obstante, en el caso del banano la situación ha sido particularmente inestable e influida en gran parte por las limitaciones unilaterales que la Unión Europea ha impuesto a la importación de esta fruta latinoamericana desde 1992. Solamente algunos productos, tales como cobre y hierro, vieron declinar sus precios con menor dramatismo relativo, con un promedio de 13 de declive entre 1980 y 1997.
Otros productos mostraron pérdidas más serias en sus precios internacionales, llegando algunos de ellos incluso a 40 por ciento. Debe señalarse aquí que 16 de las 18 exportaciones más importantes de la región han experimentado un decaimiento sostenido en sus precios internacionales. Esto ha forzado a que la producción regional en esos bienes haya tenido que aumentar su capacidad exportadora con tal de que los balances de comercio no profundizaran en sus cifras negativas. Cuando se hace un cálculo ponderado de las pérdidas de precio en los mercados internacionales, en función de los volúmenes de venta de las principales exportaciones regionales -azúcar sin procesar, bananos, cacao, café, carne, pescado, maíz, soya, trigo, algodón, lana, cobre, hierro, estaño, plomo, zinc y petróleo crudo- dicha pérdida en los precios es de casi 36 por ciento. La comparación es entre precios de 1980 con los precios promedio de la primera parte de la década de los noventa. En la segunda parte de la última década del siglo XX, la tendencia a la baja en los precios internacionales continúa, con la excepción del petróleo que en 1998 llegó a niveles casi de 10 dólares por barril de crudo, y para septiembre de 2000 alcanzaba casi los 33 dólares por barril de petróleo sin procesar.
Este adverso desarrollo ha afectado no solamente a los productos primarios, sino también a los bienes industriales. De acuerdo a análisis de tendencias en los índices de precios reales para una amplia gama de productos, aún los precios de 1992 fueron reportados como los más bajos en los últimos 50 años.
Otro importante factor en términos del comercio internacional que mostraron los países latinoamericanos durante los noventa fue un uso más intenso de los recursos naturales en un marco en donde las exportaciones han aumentado. La tasa de exportación se elevó de 11 por ciento del total del PIB en 1980, a 16 por ciento en 1990 y 19 por ciento en 1998. En general, y no obstante su intensificación en la producción, la participación de los productos primarios en las exportaciones ha mostrado ser de una menor proporción con respecto a los bienes industriales o manufacturados, cuya participación se ha incrementado. La evidencia es que estos bienes industriales se han basado con mucho en la transformación de materias primas del sector primario. A pesar de este esfuerzo en el comercio internacional, es de señalar que la posición de Latinoamérica a nivel regional se mantiene aún rezagada con respecto a los países asiáticos, especialmente de las naciones de reciente industrialización de esa región (NRI). Mientras que Latinoamérica y el Caribe han hecho esfuerzos por cambiar a exportaciones de bienes industriales con una mayor demanda en países desarrollados, en las importaciones de las naciones de la OECD los avances en este sentido han sido limitados. Además de las condiciones negativas de la crisis de 1997-98, la región había tenido que soportar con inmediata anterioridad el embate de la crisis mexicana de diciembre de 1994.
Las excepciones más estables dentro de este cuadro han sido -en términos de costos y utilidades empresariales- los casos de la industria automotriz mexicana y la producción de las zonas de maquila en ese país y en otras naciones, como el caso de República Dominicana y Guatemala. En estos casos, las corporaciones transnacionales han jugado un papel decisivo. La evidencia sugiere que los países latinoamericanos y los del sudeste asiático han orientado su esfuerzo exportador por sendas diferentes, teniendo como factor esencial su diferente acceso a los mercados de la OECD.
Latinoamérica mantiene aún el desafío de aumentar sus exportaciones en las áreas de tecnología, las cuales constituyen los sectores más dinámicos de los megamercados, a la vez que continúa con los esfuerzos en materia de ajuste económico.