La Economía y el Hombre
Autor: Eduardo Dermardirossian - dermar@speedy.com.ar
El fin que persigue la economía como ordenamiento humano no es independiente de los otros fines del hombre.
Aún más: los diferentes aspectos que conciernen al humano vivir, tales como los relativos a la cultura, a la salud, a la seguridad y otros más, no deben subalternizarse a la economía o dejarse al arbitrio de las variables del mercado. Dicho de otro modo, no puede ser considerada la economía como un fin en sí mismo.
Así, metas tales como el equilibrio fiscal, la estabilidad monetaria, la producción en términos de eficiencia, el funcionamiento más o menos libre del mercado y otros tantos asuntos similares, no deben ser sostenidos a expensas de tan importantes necesidades humanas.
Porque la economía y los muchos y complejos asuntos que su manejo conlleva no constituyen fines últimos, separados de las necesidades y de los anhelos de los hombres. El pan mejor amasado no me sirve si no es apto para mi alimentación, o si, aún alimentando a otro, no llega a mi mesa. Parecida cosa acontece con los pretendidos logros económicos, cuando son a expensas de quienes debieran verse favorecidos con ellos.
Hablamos de las actividades que los hombres desarrollan para sufragar las necesidades que les son propias. Tal cosa es la economía y no otra. Y toda explicación que pretextando motivaciones técnicas conduzca a resultados distintos de los enunciados servirá, seguramente, para agudizar las enormes e injustas concentraciones de medios que caracterizan a las economías llamadas modernas, a expensas de quienes desde siempre fueron despojados del producido de su personal trabajo.
Las fabulaciones sabihondas respaldadas por cifras e indicadores macroeconómicos no alimentan los enflaquecidos cuerpecitos de niños que padecen desnutrición en diversas regiones del planeta, ni educan al analfabeto, ni curan a los enfermos que aguardan en las puertas del maltratado hospital público.
La democracia ha de ser sostenida sin vacilación, pero es obvio que deberá recuperar su contenido para que con ella se coma, se eduque y se cure. Y es aquí donde la economía tiene algo que hacer. Frecuentemente se ha pretendido explicar las injusticias habidas con el argumento de que es necesario aguardar algún tiempo para que las medidas económicas muestren sus resultados benéficos. Y con igual frecuencia el hombre ha aguardado en vano esos resultados.
La economía ?el producto del trabajo humano, en último análisis- no debe verse con perspectiva histórica sino biológica. Lo diré en otros términos: si el hombre trabaja para satisfacer sus necesidades, lo debido, lo justo es que las satisfaga en el tiempo que dura su vida, con la premura que cada necesidad le impone y en la medida que su esfuerzo haya resultado fructífero.
Es preciso que el producto de su trabajo le sea entregado al hombre en su propio tiempo biológico y no que se le condene a aguardar un mañana que seguramente no llegará. Porque para entonces habrá muerto, o porque si la vida le regaló más años de existencia, lo magro de su retribución o la erosión de su ahorro lo condenará a una vida mísera, cuando no al desamparo y a la orfandad.
Y en este punto es preciso advertir que mientras ese hombre espera sin esperanza o padece su pobreza, los hay que desde ayer exhiben con frivolidad e impudicia las riquezas malhabidas mediante el trabajo de otros y depositadas sobre las cenizas de tantas esperanzas frustradas. Recuerdo las leyendas que los comerciantes y artesanos de otrora ponían en sus negocios y talleres: hoy no se fía, mañana sí
.
Los modernos recursos dialécticos, con sofisticada apoyatura técnica y comunicacional, han incorporado ese mensaje para consuelo de los postergados Cuando una pregunta es debidamente formulada, suele conducir a la respuesta correcta. En nuestro caso la pregunta es, además, simple: ¿la economía es para el hombre o el hombre es para la economía. La cuestión siempre presente de la delimitación entre el interés común y el interés individual es medular en este asunto. Esa delimitación ha sido diversa en cada tiempo histórico, como ha sido diversa también según los intereses puestos en juego y los sectores involucrados. El nuestro es un tiempo de exaltación del individualismo, pero con la perniciosa particularidad de que en nuestro medio ello se ha exacerbado hasta niveles antes desconocidos, con notorio desdén por el prójimo. Hablo de extremos impiadosos de egoísmo, producto de una concepción del hombre como entidad cuasi descartable.
La vida del hombre ha sido desacralizada por completo y reemplazada por una visión interesada de su finitud. En definitiva, el trabajo humano ha sido reducido a una variable económica llamada mercado laboral, la cual interactúa con otras variables también económicas, tales como los mercados de capitales, tecnológico, etcétera. Dentro de tal concepción ?que puede llamarse de fundamentalismo económico o de mercado- es obvio que el trabajo humano habría de ser devaluado. En línea con esta concepción del hombre, de su trabajo y de sus necesidades, y en concordancia con la deificación del lucro, hemos asistido a la demolición del Estado y los huracanes privatizadores arrasaron ya el patrimonio público, transfiriéndolo a manos privadas.
De derecho o de hecho se han enajenado áreas que hasta hace poco tiempo sólo podían concebirse en manos del Estado. Y de resultas de ello la prestación de servicios de la mayor relevancia para la comunidad han sido confiados a la iniciativa empresarial privada, cuyo objeto, naturalmente, no puede ser otro que el lucro. Es por esto que adhiero sin hesitar a aquello de que la economía es cosa demasiado seria para dejarla en manos de los economistas.
Autor: Eduardo Dermardirossian - dermar@speedy.com.ar